lunes, 7 de septiembre de 2015

El Hombre de Londres

La noche acababa de comenzar, el aire fresco de la noche refrescaba el final de un día caluroso y el ambiente con la multitud en la calle prometía una salida prometedora.
 Por increíble que fuera, esta noche no la protagonizaba la Reina del Baile, ni la rubia que vomita cada vez que un tío le invita a una copa, ni tampoco el chico que corta las manos a las chicas a las que saca a bailar. No, esta noche, es en la que la preciosa camarera repleta de tatuajes; me hace un fantástico regalo de cumpleaños, un reloj cuyos colores y sonido me recuerdan épocas frías rodeado de familiares y amigos, y cargado de recuerdos nostálgicos.

  Esta joven noche lo protagonizaba otra persona, alguien a quien no había visto nunca, pues como me enteré posteriormente, este señor provenía de Londres, vino a la isla de viaje, porque sufría de depresión aguda en su trabajo; se cogió las vacaciones y se vino directamente aquí por consejo de sus amistades.
 Cuando entré en aquel local fue al primero que vi, a ese hombre de Londres. Estaba en la barra hablando de forma muy activa con la compañera de la camarera tatuada, ella sin embargo parecía agobiada ante tanta actividad del hombre de Londres. Una de las camareras me dijo que no era la primera vez que venía, esta era su tercera noche, y que lo hacía desde que abrían, hasta que cerraban, y esta cuarta noche no iba a parecer diferente.

  La Reina del Baile hizo lo propio, dominar la pista, el chico de la esquina volvió a cortar varias manos de mujer, y la camarera tatuada tuvo que limpiar varios vómitos en la barra. Pero el hombre de Londres seguía ahí, el solito se había acabado con dos botellas de whiski, y ahora empezaba con el vodka, eso sin mencionar los mojitos que le invitaban algunos o los centenares de chupitos de absenta que se dio a salud de su camarera favorita.
 Por mi parte lo había pasado bien, chicas con cara de gato, DJ´s que lo daban todo y chicas que pedían a gritos temas horteras porque eran su cumpleaños fueron la tónica de la noche. Pero lo mejor empezaba ahora cuando el local ya lo estaban cerrando.


  Me encontraba con el DJ liándome un “piti” mientras hablámos sobre música, cuando nuestro amigo londinense se dejó caer cerca de los contenedores en un estado lamentable, mientras se sacaba cosas de la mochila y les hablaba como si juntos tuvieran que decidir qué hacer a continuación. Cuando la compañera de la camarera tatuada sacó la basura, el hombre de Londres se levantó como un resorte y se dirigió a donde nos encontrábamos nosotros. La camarera tatuada ya se encontraba un poco más que molesta y cortando la conversación nos marchamos dejando al hombre de Londres solo, bajo la luz parpadeante de una farola estropeada.

 Mientras la camarera tatuada me contaba cosas como que el hombre de Londres se quería llevar a su compañera metida en la mochila, miré de reojo hacia atrás, y lo que vi me dejó con la sangre helada. En la esquina donde lo habíamos dejado, lo vi medio asomado, como esperando a dejar una distancia prudencial para seguirnos. Doblamos otra esquina, y al dar un par de pasos volví a mirar; y ahí estaba él, de pie, observándonos como nos alejábamos mientras tomaba un sorbo de su vodka con limón. No pudimos más y pedimos un taxi. Nunca podré olvidar aquella mirada de ese señor mientras el taxi pasaba por su vera.