lunes, 21 de diciembre de 2015

Loca de los huevos


Ilustración: Felipe de la Cruz

Me costaba abrir los ojos, sentí dolor por todo mi cuerpo. Y una voz, cálida, suave, no dejaba de repetirme que era mi fan número uno. Giré mi cabeza como pude, y a mi lado, una señorita con una cara de preocupación seguida de una sonrisa cuando logro verla mejor, me vuelve a decir que es mi fan número uno.
 No logro entender a qué se refiere, así que miro a mi alrededor. No estoy en un hospital, por la decoración me doy cuenta de que posiblemente esté en la casa de esta mujer. La luz entra muy fuerte por las ventanas, el olor dulce del ambiente me recuerda a las galletas que hacía mi tía cuando la visitábamos. Intento incorporarme, error, mis piernas me duelen tanto que creo que voy a desmayar.
  -Por favor, no te muevas.
  -¿Qué me ha pasado?
  -Tuviste un accidente de coche-. Me recuesta y me sube la manta-. Tuviste suerte que yo estuviera cerca, siguiéndote.
 No sé si quise entender bien lo último que dijo, pero en aquel momento mi cabeza daba vueltas mientras pensaba en mi mujer. Ana estaría como loca por saber dónde estaba.

  -Mi nombre es Nhoa, y soy tu fan número uno. Sigo todos y cada uno de tus trabajos.
Su sonrisa se ensanchaba cada vez más, daba la impresión de que si sonreía un poco más se cortaría ella misma la cabeza.
  -Me encantan tus ilustraciones, tus trazos, los colores, y las gracias que haces…son todo un arte.
  -Esto…gracias, no sé que decir…
Nhoa se acercó a mi carpeta, creí que lo había perdido.
  -¿Puedo verlo?, seguro que es lo último que has dibujado-. Puso sobre su pecho la carpeta y claramente se la veía temblar de la emoción.
  -Por supuesto, me has salvado la vida. Es lo menos que puedo hacer.
Saltaba y cantaba de alegría, estaba muy ilusionada y no dejaba de darme las gracias. Se marchó cerrando la puerta dejándome a solas con mi dolor.

  Un ruido me despertó, creo que llevo horas durmiendo porque apenas veo nada en la habitación y afuera la luna me acaricia mi magullado rostro. Mi vista se dirige al punto de origen del ruido, y allí, en el umbral de la puerta veo a Nhoa respirando fuertemente, colérica por algún motivo. Diría que sus ojos se han vuelto rojos de la rabia.
 -¡Túuuu, cerdo asqueroso! ¿Cómo te has atrevido? No puedes dibujar en digital. ¡Tú no deberías dibujar en digital!
 -Nhoa por favor, comprende que ahora todos los ilustradores dibujamos en digital, son otros tiempos. Lo importante es el espíritu.
  -¡NO QUIERO EL ESPÍRITU, QUIERO QUE DIBUJES A MANO!- Mientras gritaba sacudía la cama ocasionándome fuertes dolores en las piernas. El dolor era insoportable, nunca imaginé cuanto dolor puede acumular una persona.
 -¡NO QUIERO QUE CAMBIES TU ESTILO, TÚ TE ESTÁS MATANDO!- Acto seguido cogió la silla y lo alzó por encima de su cabeza con intención de golpearme. Intenté protegerme y asustado solo podía decir que lo sentía. Cerré los ojos cuando vi que ella iba a asestarme el golpe final; oí cómo la silla se rompía en pedazos contra la pared. Nhoa jadeaba y me seguía mirando furiosa.
 -Creí que eras buena persona, pero eres igual de sucio que el resto. Si te habías hecho ilusiones con respecto a mí, olvídate-. Nhoa se dirigió a la puerta, en el umbral me daba la espalda, cuando se giró hacia mí me dijo-: No creas que vendrá alguien a por ti, nadie sabe que estás aquí. No he llamado ni al hospital, ni a tu familia. Y reza para que no me pase nada…porque si yo muero, morirás tú.
 Cerró la puerta tras de sí, y pude respirar aliviado cuando por la ventana vi que se marchaba en su coche adentrándose en la fría oscuridad.

  De alguna manera pude coger el sueño, y solo tuve pesadillas. Pesadillas en las que Nhoa me vestía de mujer, como si yo fuera una muñeca ella hacía conmigo lo que quería. Tomábamos el té juntas, nos montábamos en preciosos ponis de colores. E íbamos de tiendas a por ropa nueva, mientras yo lo observaba todo sin poder controlar mi cuerpo. Gritaba una y otra vez que me dejara, pero ella sonreía más, y más. Parecía estar disfrutando a cada segundo de mi dolor. Y lo único que podía hacer era llorar en mi interior.

  Un sonido agradable me despertó, al principio no sabía qué era, pero al final pude reconocer que estaba escuchando la Sonata Claro de luna de Beethoven. Al abrir completamente los ojos vi a Nhoa a mi lado, tenía un rostro como si se estuviera compadeciéndose de mí.
  -Ahora me doy cuenta de por qué he sido elegida para salvarte. Anoche lo vi claro, me di cuenta de que necesitas más tiempo. Llegarás a aceptar la idea de que te quedarás aquí para siempre… ¿Has oído lo que le solían hacer a los esclavos cuando trataban de escaparse? No te asustes, no los mataban, si los cogían tenían que asegurarse de que pudieran volver a trabajar, pero también de que no volverían a escaparse-. Su voz era cálida, pero bajo esa calidez, yo empezaba a ponerme nervioso, mi estómago me revolvía y en mi corazón sentía una punzada que no me podía quitar. Nhoa me colocó un tablón entre mis pies.
  -Nhoa, por favor, no sé qué piensas hacer…pero te suplico que no lo hagas.
 Ella alzó un enorme martillo y se colocó a un lado de la cama.
  -Tsss, tranquilízate, confía en mí.
  -¡No por favor….!- Nhoa me golpeó el tobillo de mi pierna izquierda, rompiéndome los huesos y haciendo que mi pie se convirtiera en una masa deforme. Aullé de dolor, todo se me hacía interminable.
  -Ya está casi listo, solo uno más-. Nhoa fue a por mi otra pierna y repitió la operación. Volví a gritar mientras me inundaba en mis propias lágrimas.
  -Te quiero tanto….

 Eso fue lo que oí al tiempo que me moría del dolor. Y entre espasmos y a punto de desmayarme le dije-: Lo…Loca de…Loca de los huevos.