¡PSSS! ¡PSSS!
Ése es el sonido característico de que la Señora de los gatos ya
había llegado. En ese instante, una jauría de gatos salía del solar
respondiendo a la llamada. Un coro de “miaus” acompañaban el silbido de la
señora y eso provocaba el enfado de los vecinos.
Muchos la llamaban la
“Loca de los gatos”, como ese personaje de dibujos tan famoso. Algunos se han
enfadado con ella por alimentar gatos callejeros; decían que lo único que ella
hacía, era fomentar el crecimiento poblacional de gatos enfermos. Otros
llegaron hasta agredirla, pero nada de esto bastó para que ella siguiera
viniendo. El resto de vecinos, como yo, no nos importa que los alimente, si esa
señora hace eso, será porque quiere y le gustan los animales, sus razones
tendrá.
Pero lo que no
entiendo son estas personas que molestan a esos gatos. Lanzándoles piedras,
meterlos en sacos y a saber dónde los llevan, o simplemente tirarles la comida
que les da la Señora
de los gatos.
Hoy vuelvo a escuchar
la llamada de la señora. Y acto seguido descubro algo que romperá la monotonía;
no escucho el coro de “miaus” ni del jaleo que arman por la comida. A cambio,
todo el barrio escucha, algunos sin sorpresa, el llanto lastimero de la señora
al ver todos sus gatos muertos entre las hierbas del solar.
Después de hora y
media de llantos desmedidos, la policía se lleva a la Señora de los gatos.
Seguramente ahora muchos podrán dormir tranquilamente sin el jaleo que armaban
los gatos. Pero bajo este silencio sepulcral, yo, desde luego que no podré.