Con el cansancio acumulado, pienso en qué bien estaría en mi cama, pero algo dentro de mí me dice que he de salir, algo me dice que sería interesante correr aventuras y seguir conociendo gente tan sorprendente. Siempre los mismos lugares, siempre las mismas caras familiares, pero estas últimas semanas, todo diferente.
Volver a disfrutar como hacía tiempo no lo hacía, dejando
esa rutina atrás, por unas horas, por unas risas, por tan buena compañía; por
sus miradas, por nuestra complicidad, por esos besos cortos alcoholizados.
Pero la noche me sorprende, a medida que cada copa de vino
tinto se agota, para ser renovada por otra. Y cuando ya decido parar, veo a uno
de los seres que más aprecio, diferente, alegre.
Debido a mi alegría artificial, no consigo notar cambio en
ella a lo largo de la noche, pero, repentinamente, la veo desatada, feliz,
sociable, nocturna; y no soy yo la única que se asombra.
Sigo a mi aire, disfrutando de gente nueva, recién llegada,
compartiendo impresiones, viendo un nuevo mundo a través de sus ojos. Me río
ante la espontaneidad de todos, me sorprendo al empezar a querer a gente recién
llegada a mi vida. El agotamiento no me vence, porque la alegría corre por mis
venas.
Bigotes postizos rondan la noche, algunos en el escote,
otros como cejas postizas, otros como diademas rojizas en medio de la frente,
todos esos bigotes en lugares inusuales excepto en donde tiene que estar. Y es
entre bigotes, donde encuentro a un chico silencioso, otro más entre el grupo,
discreto, donde me hace una propuesta a la que no me puedo resistir.
Hacía ya tanto tiempo que no compartía impresiones con
alguien, que me sorprendió que, de aquel ser callado y misterioso, saliera de
sus labios algo que, desde que dejé de hacer lo que más me gustaba, nadie me había
propuesto. Con ello, aquella noche donde en su momento quería irme a dormir
para descansar, sonreí por saber que entre todas las cosas increíbles que
pasaran, me dieran un poco más de luz en mi rutinaria vida.
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Llego a mitad de la fiesta, mis colegas ya habían empezado
desde las diez y media de la noche. Saludo a los que puedo y me despido como
puedo de los que se marchan. Ya en barra para pedir una copa, se acerca una
chica que conocí hace un mes, me la presentó la novia de un amigo mío y ésta
era la tercera vez que la veía. Y aunque estaba de buen ver con sus botas
vaqueras, falda rosa y su blusa verde, esta chica rubia y de ojos azules estaba
más allá que para acá. Su amiga, la novia de mi amigo que llevaba una copa de
vino tinto, me confesó que había bebido de más, cosa que no era habitual en
ella y que incluso se había sorprendido mucho al hacerlo. La chica rubia
después de saludarme con bastante alegría, no paraba de pellizcarme los
mofletes como si fuera mi abuela. Me dice que le gustaría tener un hijo como
yo. Yo le respondo que no le conviene tener un hijo como yo, que le saldría
caro y que se llevaría muchos disgustos. Ella hizo caso omiso a lo que decía, y
de su bolso sacó unos papeles para que los firmara, al preguntar que eran esos
papeles me dijo que era para que mi adopción fuera totalmente legal, rompiendo
con todo mi pasado y familia anterior, y que esta chica rubia fuera mi nueva
madre. Yo le dije que eso era imposible, que entre ella y yo teníamos un año de
diferencia, que seríamos más hermanos que madre e hijo. Al negarme a firmar, su
rostro cándido y dulce cambió por completo, parecía una auténtica diablesa,
aterrado y temiendo por mi vida, cogí el bolígrafo que ella me ofreció y el
contrato se cerró con fuego y sangre.
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MUNDOS PARALELOS
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MUNDOS PARALELOS
Hace tiempo que no salgo con mis colegas, su procedimiento de fiesta, aunque respetable, a mí me aburre un poco. El procedimiento es llegar, hacer botellón en el coche y cuando todos luzcamos sonrisas de oreja a oreja dirigirnos al centro de la fiesta, que normalmente suele ser una verbena. Y escuchar a mis amigos decir cosas como: “qué buena está esa tía”, “que tetas más grandes tiene esa otra”, “me estoy poniendo malo”. Y todo ello sin que mis amigos reaccionen y les diga algo a alguna piva en cuestión para no ser abofeteados.
Pero aquella noche iba a ser un poco diferente, y es que invitamos a salir a un amigo que no había salido nunca un sábado por la noche. Para mí eso fue un incentivo más que suficiente como para dejar tirados (en el buen sentido, y con el beneplácito de ellos) a mis habituales compañeros de otras salidas de fiesta, que estaban todos en otra isla celebrando fiestas en carpas con Ratones Élficos y demás seres extraños.
Íbamos a convertir a nuestro amigo en un dominguero más, y quien sabe, tal vez le fuera a coger gustillo y nos sorprendería a todos preguntando cuándo sería la próxima fiesta.
Llego tarde a casa, mis amigos esperan en el coche mientras dan vueltas para no tener que pagar al gorrilla el euro de turno. Una vez montado, nos dirigimos hacia la “espalda” de la isla donde se celebra por estas fechas las típicas fiestas de pueblos. Al llegar vemos que todo está lleno de coches que intentan, como nosotros, aparcar cerca del meollo. Ya el espectáculo me parece atroz, chavales de entre 12 a 16 años borrachos y comportándose como alcohólicos experimentados, niñas con ropas aún más pequeñas que ellas mismas llevando alcohol en vasos con dibujos de Dora la exploradora, y gente de protección civil atendiendo a más de diez niñas que no paran de vomitar en medio de la calle.
Mis predicciones sobre el procedimiento de fiesta de mis amigos se cumple a rajatabla cual profecía maya. Pero yo me entretengo comiendo nachos y viendo como nuestro amigo admira por primera vez la juerga nocturna. El colega que nos trajo en coche y el que teníamos que depender para regresar, hace mutis por el foro cuando lo llaman por teléfono, el resto de nosotros pasamos lo que quedaba de noche entre gente conocida, a rockeros en ambientes verbeneros y de raperos que parecían haberse comido a monologuistas.
De vuelta al coche, éste ha desaparecido, y no fue porque lo robaran. Nosotros sabíamos dónde estaba. Nuestro colega se había enrollado con una piva, que ése era el motivo principal para que él saliera con nosotros. Decidimos esperar en un banco, hasta que se pone a llover, y es entonces cuando aparece nuestro amigo con esa típica sonrisa de: “ya he mojado el churro, ¿ustedes no?”.
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Corriendo por parajes desérticos, pueblos poco aglomerados, para llegar al hotel y que hicieran la reserva con el nombre artístico de mi pareja, donde la recepcionista tuvo su toque gracioso creyendo que era una artista polaca. Problemas con el ordenador a la hora de grabar la música para esa noche, retraso en la hora de llegada, pero muy buen rollo y amabilidad a raudales.
Al ir de acompañante, me entretenía haciendo fotos y hablando con el personal, que estaba casi llorando de felicidad al estar un dj que les pusiera música de verdad. Casi al final de su sesión, aparecieron unos seres blancos, con un cubo dorado en la cabeza, con cabellos blancos y tocados muy de pin up. Parecerían ratones élficos entaconados. Le escoltaron, era un cuadro excéntrico y, sin lugar a dudas, original. Me alegraba mucho de haberme perdido las fiestas de pueblo por ver aquellas carpas desde la parte de atrás, donde tantos años ya había ido, pero que jamás había disfrutado de esa forma.
Al día siguiente, pudimos disfrutar de vientos huracanados en el hotel, de una piscina no climatizada y fría, además de un grupo de viejecitas que hacían gimnasia acuática, mientras seguían babeantes a dos monitores jóvenes y apetecibles. El snack-bar era una fábrica de juguetes, muy recomendable para niños, pero los adultos no deberían tratar de comer aquellos huevos fritos irrompibles, esas hamburguesas rancias y que eran de goma. Tranquilamente hubo una siesta eterna, para preparar el cuerpo ante el trasnoche que nos esperaba. No había tiempo para dedicarnos a nosotros, sólo para prepararlo todo e irnos. Desesperados, recorrimos callejuelas en el pueblo, buscando una tienda china, ya que la diva necesitaba material para su actuación estelar nocturna. Tras perdernos varias veces, y ver en vano que algunas tiendas cerraban, desesperanzados y ya sin fe alguna, a la salida de aquel laberinto, vimos la “Tienda China”, como si fuera el oasis en medio del desierto, sin que fuera un espejismo, era real y habían chinos reales, olores a plástico de dudosa calidad y lleno de un mundo increíble y lleno de cachibaches. Nuestra felicidad fue máxima y saltamos como adolescentes al conseguir un autógrafo de su ídolo.
Al anocher, aquellos ratones élficos pasaron a ser luces de neón andantes, luciendo sus cuerpos varoniles, con unas plataformas que jamás en mi vida llevaré. Risas, cervezas, arte. Tocaba la hora de que él se transformara en ella, y los nervios comenzaban a verse. Pero nada más salir, ante una panda de borrachos que le insultaban, otras que eran las típicas chonis de pueblo, y otros que simplemente iban por fiesta y no entendían nada, comenzó su danza epiléptica, y su música que a los que estábamos detrás de todo aquello nos divertía y nos movía.
Paseos solitarios por la multitud, mientras algún desconocido se acercaba a querer pedirme una copa, algunas chicas querían sacarse una foto y entablaban conversaciones superfluas conmigo, pedir una caja de tabaco para jugar al pinball y ganarme una bandolera. En primera fila, grabando a la diva, un chico alto y de buen ver se acercó a mí y comenzó a grabar conmigo. Hizo comentarios desagradables e intentó acercarse más de lo normal, a lo que le solté, pues esa loca es mi novio. Su cara era digna de un cuadro cubista.
Tras seguir afianzando amistad con la gente del backstage, reírme a raudales con otros, repentinamente, alguien desnudo apareció en el escenario, paseando todo su cuerpo. A los pocos segundos, aquel muchacho, fue asaltado por una masa verde de guardia civiles, apaleado, mientras la gente tiraba cosas. Me sorprendió que como ángeles protectores, los técnicos me protegieran, al estar yo quieta de la impresión del momento. Aún así no entendí porqué había frente a mí tanta violencia gratuita, cuando el pobre chico sólo quería pasar a la historia como el nudista de las carpas, quizás estaba pidiendo que aprobaran poner un pueblo nudista, tal y como ya hay en mi isla.
Luego volvió a predominar el buen rollo, la buena música y las risas con aquellas luces de neón, entre cigarro y cigarro.
Extenuados y casi amaneciendo llegamos al hotel. Le miré brevemente antes de caer en un sueño profundo y me sentí orgullosa de él y de que, a pesar del desastre en algunas cosas, había buena conexión y en ningún momento malas caras ni discusiones.
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Estallar de risa, sorprenderme ante la elocuencia etílica de mi colega de relatos, que siente unas ganas tremendas de pedir siempre perdón en ese estado, cuando en realidad está brillando con luz propia ante sus conversaciones interesantes sobre frikadas y cine, ante sus colegas con los que pude disfrutar de unas horas maravillada ante el enriquecimiento cinéfilo y los diferentes puntos de vista, las cosas en común y sorpresas. Sentirme halagada al final de la velada, de otra noche de bares, de mi última noche de bares en vacaciones, donde sentados en la acera a altas horas de la madrugada, le enseño fotos y se queda maravillado ante fotos que hago a mis adorados gatos, donde creo que trata de subirme la autoestima y motivarme para que aprenda y salga un poco de esta rutina que me cansa.
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BOHEMIAS HISTORIAS: Chinos Caníbales
Ruta de tiendas chinas, hacía tanto tiempo que no lo hacía que lo echaba de menos. Ella y su amiga iban en busca de algo barato para disfrazarse en Halloween, llenar un traje de sangre y pintarse la típica cara de zombie-cadaver.
Otoño en Lanzarote ciertamente es extraño, pero ese día el sol brillaba y las nubes no habían aparecido, excepto esos aviones raros que dejan rastros de nubes en forma de línea perfecta.
- Nos están rociando – dijo Emma.
Ella, escéptica, pasa de su comentario. Siempre ha pensado que son aviones con maniobras militares.
Empiezan por una pequeña tienda china, no hay mucho que ver con la ropa, sólo sudaderas y pijamas de franela ¡pero si aún no hacía frío!
De repente, recuerda que hay una tienda más grande, a la que fue una vez a comprar pelucas para un coro de góspel dos años atrás. Al entrar aquellos chinos tenían cara de amargados y no sonrieron ni dijeron nada. Siguieron al fondo. Vieron a una madre dar de comer una sopa de pollo a un niño chino, calvito, con apariencia cadavérica, como si fuera de esos niños chinos que ves en los documentales que pasan hambre en la calle, para nada son de esos rollizos y siempre sonrientes.
Como habían tantos pasillos con toneladas de ropa y zapatos que llegaban hasta el techo, mezcladas, pijamas con trajes brillantes, calzoncillos, zapatos tan vertiginosos que podrían ser para dragqueens o strippers; decidieron separarse y comenzar a ver pasillo por pasillo a ver si algo podría servirles.
Escuchó un ruido, tras otro. Y luego, sólo aquella música de reggeton que estaba desde el principio. Tami no paraba de mirar, buscar algo azul para ver si servía. Se estaba frustrando al no ver nada. Llegó al final de la tienda, ya desesperanzada al no encontrar lo que buscaba.
Estaba sola, pero tranquila. Miró al techo. No estaba encalado, se veía a la perfección los ladrillos pintados de blanco y el cableado eléctrico por fuera. Varias luces parpadeaban haciéndola recordar a esas películas coreanas de miedo que tanto le gustaban.
Quiso ir al siguiente pasillo, pero al mirar vio que había una china mayor extremadamente delgada. Le dio vergüenza pasar, aparte de una pequeña punzada al corazón. Algo pasaba, ¿por qué había tanto silencio? ¿Por qué estaba sola? ¿Por qué olía a sopa en todo el lugar?
Siguió caminando entre otros pasillos, el olor a plástico la confundía, aquellas luces intermitentes comenzaron a ponerla nerviosa ¿dónde estaba Emma?
Decidió salir de esa parte del local. Ya estaba cerca de los probadores. Ruido de agua. Miró al suelo. El tubo del aire acondicionado goteaba y había un charco en el suelo, pero el agua no era transparente sino roja, ¿qué estaba pasando? Tami comenzó a agobiarse. Hacía mucho tiempo que no pasaba por un momento tan incómodo, con lo cual, comenzó a hiperventilar. Comenzó a seguir el rastro rojo en el suelo, que llevaba directamente al interior de los probadores. No había nadie alrededor, pero si ruidos extraños, olores extraños.
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Pero aquella noche iba a ser un poco diferente, y es que invitamos a salir a un amigo que no había salido nunca un sábado por la noche. Para mí eso fue un incentivo más que suficiente como para dejar tirados (en el buen sentido, y con el beneplácito de ellos) a mis habituales compañeros de otras salidas de fiesta, que estaban todos en otra isla celebrando fiestas en carpas con Ratones Élficos y demás seres extraños.
Íbamos a convertir a nuestro amigo en un dominguero más, y quien sabe, tal vez le fuera a coger gustillo y nos sorprendería a todos preguntando cuándo sería la próxima fiesta.
Llego tarde a casa, mis amigos esperan en el coche mientras dan vueltas para no tener que pagar al gorrilla el euro de turno. Una vez montado, nos dirigimos hacia la “espalda” de la isla donde se celebra por estas fechas las típicas fiestas de pueblos. Al llegar vemos que todo está lleno de coches que intentan, como nosotros, aparcar cerca del meollo. Ya el espectáculo me parece atroz, chavales de entre 12 a 16 años borrachos y comportándose como alcohólicos experimentados, niñas con ropas aún más pequeñas que ellas mismas llevando alcohol en vasos con dibujos de Dora la exploradora, y gente de protección civil atendiendo a más de diez niñas que no paran de vomitar en medio de la calle.
Mis predicciones sobre el procedimiento de fiesta de mis amigos se cumple a rajatabla cual profecía maya. Pero yo me entretengo comiendo nachos y viendo como nuestro amigo admira por primera vez la juerga nocturna. El colega que nos trajo en coche y el que teníamos que depender para regresar, hace mutis por el foro cuando lo llaman por teléfono, el resto de nosotros pasamos lo que quedaba de noche entre gente conocida, a rockeros en ambientes verbeneros y de raperos que parecían haberse comido a monologuistas.
De vuelta al coche, éste ha desaparecido, y no fue porque lo robaran. Nosotros sabíamos dónde estaba. Nuestro colega se había enrollado con una piva, que ése era el motivo principal para que él saliera con nosotros. Decidimos esperar en un banco, hasta que se pone a llover, y es entonces cuando aparece nuestro amigo con esa típica sonrisa de: “ya he mojado el churro, ¿ustedes no?”.
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Corriendo por parajes desérticos, pueblos poco aglomerados, para llegar al hotel y que hicieran la reserva con el nombre artístico de mi pareja, donde la recepcionista tuvo su toque gracioso creyendo que era una artista polaca. Problemas con el ordenador a la hora de grabar la música para esa noche, retraso en la hora de llegada, pero muy buen rollo y amabilidad a raudales.
Al ir de acompañante, me entretenía haciendo fotos y hablando con el personal, que estaba casi llorando de felicidad al estar un dj que les pusiera música de verdad. Casi al final de su sesión, aparecieron unos seres blancos, con un cubo dorado en la cabeza, con cabellos blancos y tocados muy de pin up. Parecerían ratones élficos entaconados. Le escoltaron, era un cuadro excéntrico y, sin lugar a dudas, original. Me alegraba mucho de haberme perdido las fiestas de pueblo por ver aquellas carpas desde la parte de atrás, donde tantos años ya había ido, pero que jamás había disfrutado de esa forma.
Al día siguiente, pudimos disfrutar de vientos huracanados en el hotel, de una piscina no climatizada y fría, además de un grupo de viejecitas que hacían gimnasia acuática, mientras seguían babeantes a dos monitores jóvenes y apetecibles. El snack-bar era una fábrica de juguetes, muy recomendable para niños, pero los adultos no deberían tratar de comer aquellos huevos fritos irrompibles, esas hamburguesas rancias y que eran de goma. Tranquilamente hubo una siesta eterna, para preparar el cuerpo ante el trasnoche que nos esperaba. No había tiempo para dedicarnos a nosotros, sólo para prepararlo todo e irnos. Desesperados, recorrimos callejuelas en el pueblo, buscando una tienda china, ya que la diva necesitaba material para su actuación estelar nocturna. Tras perdernos varias veces, y ver en vano que algunas tiendas cerraban, desesperanzados y ya sin fe alguna, a la salida de aquel laberinto, vimos la “Tienda China”, como si fuera el oasis en medio del desierto, sin que fuera un espejismo, era real y habían chinos reales, olores a plástico de dudosa calidad y lleno de un mundo increíble y lleno de cachibaches. Nuestra felicidad fue máxima y saltamos como adolescentes al conseguir un autógrafo de su ídolo.
Al anocher, aquellos ratones élficos pasaron a ser luces de neón andantes, luciendo sus cuerpos varoniles, con unas plataformas que jamás en mi vida llevaré. Risas, cervezas, arte. Tocaba la hora de que él se transformara en ella, y los nervios comenzaban a verse. Pero nada más salir, ante una panda de borrachos que le insultaban, otras que eran las típicas chonis de pueblo, y otros que simplemente iban por fiesta y no entendían nada, comenzó su danza epiléptica, y su música que a los que estábamos detrás de todo aquello nos divertía y nos movía.
Paseos solitarios por la multitud, mientras algún desconocido se acercaba a querer pedirme una copa, algunas chicas querían sacarse una foto y entablaban conversaciones superfluas conmigo, pedir una caja de tabaco para jugar al pinball y ganarme una bandolera. En primera fila, grabando a la diva, un chico alto y de buen ver se acercó a mí y comenzó a grabar conmigo. Hizo comentarios desagradables e intentó acercarse más de lo normal, a lo que le solté, pues esa loca es mi novio. Su cara era digna de un cuadro cubista.
Tras seguir afianzando amistad con la gente del backstage, reírme a raudales con otros, repentinamente, alguien desnudo apareció en el escenario, paseando todo su cuerpo. A los pocos segundos, aquel muchacho, fue asaltado por una masa verde de guardia civiles, apaleado, mientras la gente tiraba cosas. Me sorprendió que como ángeles protectores, los técnicos me protegieran, al estar yo quieta de la impresión del momento. Aún así no entendí porqué había frente a mí tanta violencia gratuita, cuando el pobre chico sólo quería pasar a la historia como el nudista de las carpas, quizás estaba pidiendo que aprobaran poner un pueblo nudista, tal y como ya hay en mi isla.
Luego volvió a predominar el buen rollo, la buena música y las risas con aquellas luces de neón, entre cigarro y cigarro.
Extenuados y casi amaneciendo llegamos al hotel. Le miré brevemente antes de caer en un sueño profundo y me sentí orgullosa de él y de que, a pesar del desastre en algunas cosas, había buena conexión y en ningún momento malas caras ni discusiones.
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Bohemias Historias: Oasis Perdido
Todos los días siempre decía el último. El último lunes, el último martes… hasta llegar al domingo donde definitivamente me apagué. Me apagué por el simple hecho de que hacía tanto tiempo que no pasaba un verano disfrutando en Lanzarote, que no quería dejar ese oasis. Y digo quizás, porque el verano que viene no sé si tendré vacaciones y quizás sea el último que pueda disfrutar plenamente y sin las prospecciones de por medio.
Dedicar tiempo a no tener horarios, a disfrutar del sol, de nuevas caras, de meditaciones en plena soledad, de sentir que me rodeo de gente que se alegra de que sea feliz. Disfrutar de esas nuevas caras, de conversaciones sorprendentes, de frikadas a las que me estoy volviendo fan.
Volver a sentir ese pequeño malestar, con ese sonido característico que hacía tres años no escuchaba, ese sonido eléctrico, mientras la tinta se introduce bajo las capas de mi piel, para formar parte de mí, hasta que deje de existir; donde alguien nuevo lo hace de forma desinteresada y con mucho gusto. Sentirme una obra de arte andante, sentir que soy una delincuente o que estoy loca por hacer lo que más me gusta.
Rodearme de artistas, algunos quizás no se den cuenta de que lo son, otros se le creen demasiado. Hacer de un martes normal en los nuevos “marnes” y caer extenuada en el sofá de una conocida que ya pasa a ser amiga. Tener meriendas improvisadas, enganchados a la consola, donde descubro que soy buena jugando a los bolos y al béisbol, mala al Mario kart y regular en las carreras de vacas…
Reencuentros emocionantes, pasar del metal que tanto me gusta, a charlas y confesiones pendientes por una amiga de la que he sido capaz hasta de tatuarme lo mismo que ella. Conocer aún más a mi compañero de aventuras, todo un lujo poder verle al despertar y antes de dormir a deshora, con susurros que queda entre los dos y que me hacen sentir protegida, con miradas silenciosas que parecen que ven tu alma y que por timidez, evito.
Estallar de risa, sorprenderme ante la elocuencia etílica de mi colega de relatos, que siente unas ganas tremendas de pedir siempre perdón en ese estado, cuando en realidad está brillando con luz propia ante sus conversaciones interesantes sobre frikadas y cine, ante sus colegas con los que pude disfrutar de unas horas maravillada ante el enriquecimiento cinéfilo y los diferentes puntos de vista, las cosas en común y sorpresas. Sentirme halagada al final de la velada, de otra noche de bares, de mi última noche de bares en vacaciones, donde sentados en la acera a altas horas de la madrugada, le enseño fotos y se queda maravillado ante fotos que hago a mis adorados gatos, donde creo que trata de subirme la autoestima y motivarme para que aprenda y salga un poco de esta rutina que me cansa.
Llego a casa, acostumbrándome a esa rutina, que me gusta, pero a la vez quiero huir de ella y probar cosas que realmente me gusten. Me queda la imaginación y el buen sabor de boca que me han dejado seres conocidos y otros nuevos. Y en realidad, sólo espero que al igual que disfruté tanto de mis amigos como de los nuevos, ellos hayan disfrutado de mi parcela de mundo que me gusta compartir. Trato de no pensar que es el fin, trato de que esos momentos me ayuden a afrontar lo venidero. Trato de no tener otro día catastrófico y sin luz. Y entonces es cuando hago memoria y me enorgullezco de lo que soy, de mi familia, de lo que he conseguido, por lo que lucho, las risas que me quedan y cómo no… perderme entre su pelo alborotado y sus ojos llenos de amor infinito y pensar que seguirá a mi lado generando luz cuando lo necesite, al igual que yo haría por él.
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Último lunes: Llego a casa de mis colegas, una de ellas está muy hecha polvo y de muy mal humor, sí, tiene la regla. Acostada en el sofá, mientras le hablo veo cómo se agarra el estómago y le pregunto si el niño de su interior le está comiendo las entrañas. Al rato llega mi amigo fotógrafo y su novia, de la cual también tiene un niño en su interior desgarrándola por entera. Por lo que su novio se dedica a hacer la cena.
Último martes: Después de dar un paseo caluroso por el litoral y de dibujar al aire libre, cosa que no hacía desde el instituto, me reuno por la tarde con mis colegas, de las cuales dos de ellas llevan bebiendo desde las once de la mañana mientras iban de compras. La tarde iba genial hasta que una de ellas le da una bajona porque su mejor amiga se iba a la península a finales de verano. Luego todo fue confuso y mezclado, recuerdo footing, galletas con caramelo líquido y humo que daba mucha risa.
Último miércoles: Llegamos tarde a la exposición de fotografías, y con mucha hambre atacamos los sándwiches mientras mi amiga cataba el vino en vasos de plástico de las que ella odiaba. Hacía mucho calor ahí dentro, por lo que decidimos terminar pronto la noche porque el “Juernes” estaba a la vuelta de la esquina.
Último “Juernes”: La contraseña de hoy es: “¿aquí se hacen tatuajes gratis?”. Al llegar a casa de mis colegas veo a la tatuadora haciendo su trabajo sobre la piel de mi amiga, su novio también lleva esperando a hacerse el suyo. Ella lleva dos tatuajes con referencias egipcias y un símbolo del infinito, del que yo pensaba que le iba a salir con forma de siete. Mi amigo fotógrafo se hace un tatuaje de esa travesti tan famosa que anda por los bares poniendo música y haciendo performance. Es la primera vez que tatúan a mi amigo de manera que sienta dolor, pero lo aguanta sin ningún grito ni lágrimas en los ojos.
Último viernes: Ya todos estamos listos para los conciertos de música peluda, mi amiga se hizo un peinado rizo a lo afro, yo me puse mi gorro y gafas de piloto, y la hermana de mi amigo ya venía masticada de dos cubatas que se pegó en su casa antes de venir.
La novia de mi amigo fotógrafo nos presenta a su amiga. Yo hago fotos sin parar a los grupos, mientras mi amiga de los rizos me busca para pillarle birras. La novia de mi amigo se queda con su amiga hablando toda la noche de cosas que la hacen reír y emocionarse, entonces aprovecho ese momento de silencio entre ellas para hacerles una foto que inmortalice ese instante.
Último sábado: En la casa de la novia de mi amigo fotógrafo, me hincho a bocaditos y demás entremeses que ella prepara, y es que con ella no hay manera de morirse de hambre. Pasamos la tarde jugando a videojuegos, donde descubrimos que nuestra anfitriona es malísima en los juegos de conducción, pero menuda paliza nos dio en los juegos de bolos y de béisbol. Ya en la noche profunda nos vamos de bares, donde me quedo dormido en el coche de mi amiga, su novio está de subidón y mi otra amiga hace alarde de sus zapatos nuevos que la hacen más altas que yo. Hablamos de cine, mientras mi amiga me enseña fotos de sus gatos. Y el resto hablan cosas típicas de borrachos.
Último domingo: Me despierto muy tarde. No hay señal del resto de mis amigos, y creo que es mejor así. Que en este último día de las vacaciones de mi amiga, las pase relajada,ensimismada en sus pensamientos, que mucho nos ha soportado ya. Para mí ha sido un placer compartir esta última semana de vacaciones con ella, compartir relatos, risas, y buenos momentos. No sé si alguna vez volveremos a compartir una semana todos juntos. Pero mientras tanto nos queda el recuerdo, y esa sonrisa congelada en el tiempo impresa en esa foto hecha en un oasis perdido.
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Bohemias Historias: Fin del verano.
Volver a aquella rutina, volver y que cuesta. Mi cuerpo, sabio y consciente de que algo marcha mal, manda sobre mis decisiones y me dice que he de reposar. Disfrutar tan sólo de un día, de una noche que se torna diferente como las otras, donde comparto impresiones con el colega de aficiones, donde me descubre libros, películas, cómics que desconozco, donde nuestro pequeño proyecto, nuestra pequeña ilusión crece y se alimenta.
Risas y una cerveza, no más. Tras un pequeño paseo, al volver todos al bar de siempre, vemos como algo inusual pasa, un hombre delgado, mediana edad, colocado, borracho, vociferando estupideces, algunas entendibles, otras no. Un hombre en pleno ataque de histeria, donde la testosterona predominaba, donde no paraba de golpear paredes y puertas, donde el portero del bar no hizo otra cosa que esconderse y salir de repente otra persona, menuda y conocida y querida por mí. Le paró, como un héroe, le redujo al suelo, mientras aquel impresentable no paraba de llorar y gritar.
Tras ello charlas con aquel ser que presumía de que iba a hundirlos a todos, no sabía si sentirme aludida, me mantuve al margen. Y voló mobiliario urbano, casi hiriendo a niños y transeúntes que pasaban por allí. Protegí a mi mejor amiga y nos alejamos, viéndolo todo en la lejanía. La policía, como de costumbre, pasó cuando aquel ser ya se había ido, esfumándose entre los callejones, tambaleándose, acompañado por un ser civilizado.
Todo esto sucedió frente a mis narices, como en una película, como si de repente hubiera un villano y un superhéroe y su equipo. Y yo me sentí salvada y protegida. Para celebrarlo, un brindis con aquellos héroes nocturnos que no sólo están detrás de la barra, sino que nos defienden, lo dan todo por nuestra seguridad.
He disfrutado siendo yo en todo momento, en ver la cara de sorpresa de ella por un regalo que le hice y no se esperaba. Pero va siendo hora de retirarse, va siendo hora de descansar. Ayer, en los fuegos artificiales, esos que me gustan desde niña, he podido abrazar a mi gran amiga que se va dentro de poco, y me dio una punzada al corazón por irse, por no haber disfrutado de ella, por volver a no tener cerca a alguien con la que tantas afinidades tengo.
Y a cada explosión de color impresionante, mi amiga, fiel a nuestra amistad de antaño, me agarraba muy fuerte y me soltaba un te quiero. Un te quiero de hermanas, de habernos salvado el culo mutuamente, de comprendernos mutuamente. De decirme cosas que muchas veces no quiero oír. Y fue justamente ahí cuando decidí tomar otra decisión. Decisión que marcará mi existencia. Visitar Irlanda, verla en ese país nuevo al que va y yo nunca he visitado, entre pintas y en un rancho con caballos, con su estudio independiente y con miles de aventuras que recorrer. Rellenar otro punto más en el mapa como visitado. Irlanda nos espera amiga.
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Ya no escucho la voz que desde que yo era niño alimentaba mis fantasías e ilusión de ganar alguna muñeca chochona, o cualquier premio de la tómbola. Hoy ha permanecido en silencio la feria, la música, los gritos de los niños, el ruido de las máquinas de las atracciones, todo quedó ahogado sin la voz tan característica del señor de la tómbola.
Esta semana ha sido un sin parar de buena música, ambiente y rock and roll. Aparte de eso, un viejo amigo entra en escena llegado de lejanas tierras, y es como si nunca se hubiera marchado, sigue igual de siempre, lo que me hace preguntarme a mí mismo, si yo también sigo igual, o sin que me diera cuenta me he llegado a contaminar llegando a ser igual que el resto.
Nuestro proyecto en conjunto va creciendo día a día, relatos, historias, dibujos, fotografía…mi compañera no me cree cuando le relato cómo será dentro de un par de meses cuando nuestro proyecto se asiente. Cuando a ella le llamen de una editorial importante y por fin uno de sus sueños se vea cumplido y pueda ver en las librerías su novela ya publicada. Y con entusiasmo brindamos con nuestras botellas de agua.
Después de un rato de distorsión y de fotografiar a escondidas piernas de una pareja de modelos improvisada, llegamos a ese bar ubicado en el centro de la ciudad. De milagro esquivo un cubo de basura que me vino volando, y al ver lo que estaba pasando veo cómo uno de los que trabajan en el bar reduce a un tipo que empezó a armarla insultando a todos, y queriendo buscar bronca. Después de ser reducido, empezó a dar vueltas como un buitre, gritando y sollozando, lamentablemente no le vi partir, pero luego sí llegó la “caballería”, uno de la policía local estuvo sacando pecho, y después de que terminara la tormenta preguntó qué había pasado.
El fin de verano llega cuando los fuegos artificiales iluminan la noche, miles de personas se agregan en torno a la feria y sus cercanías, y las parejas sienten que su amor también se esfuma como la luz que surca la oscuridad y se pierde en la nada. En ese momento me encuentro con mis amigos, viéndolo todo desde lejos, como si eso no fuera de nuestra incumbencia. Al terminar, se oyen aplausos y gritos de alegría. No podemos parar de reír porque es como si estuviéramos en un concierto. Llegó el fin del verano, las vacaciones…pero aún así el espectáculo a de continuar.
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Ruta de tiendas chinas, hacía tanto tiempo que no lo hacía que lo echaba de menos. Ella y su amiga iban en busca de algo barato para disfrazarse en Halloween, llenar un traje de sangre y pintarse la típica cara de zombie-cadaver.
Otoño en Lanzarote ciertamente es extraño, pero ese día el sol brillaba y las nubes no habían aparecido, excepto esos aviones raros que dejan rastros de nubes en forma de línea perfecta.
- Nos están rociando – dijo Emma.
Ella, escéptica, pasa de su comentario. Siempre ha pensado que son aviones con maniobras militares.
Empiezan por una pequeña tienda china, no hay mucho que ver con la ropa, sólo sudaderas y pijamas de franela ¡pero si aún no hacía frío!
De repente, recuerda que hay una tienda más grande, a la que fue una vez a comprar pelucas para un coro de góspel dos años atrás. Al entrar aquellos chinos tenían cara de amargados y no sonrieron ni dijeron nada. Siguieron al fondo. Vieron a una madre dar de comer una sopa de pollo a un niño chino, calvito, con apariencia cadavérica, como si fuera de esos niños chinos que ves en los documentales que pasan hambre en la calle, para nada son de esos rollizos y siempre sonrientes.
Como habían tantos pasillos con toneladas de ropa y zapatos que llegaban hasta el techo, mezcladas, pijamas con trajes brillantes, calzoncillos, zapatos tan vertiginosos que podrían ser para dragqueens o strippers; decidieron separarse y comenzar a ver pasillo por pasillo a ver si algo podría servirles.
Escuchó un ruido, tras otro. Y luego, sólo aquella música de reggeton que estaba desde el principio. Tami no paraba de mirar, buscar algo azul para ver si servía. Se estaba frustrando al no ver nada. Llegó al final de la tienda, ya desesperanzada al no encontrar lo que buscaba.
Estaba sola, pero tranquila. Miró al techo. No estaba encalado, se veía a la perfección los ladrillos pintados de blanco y el cableado eléctrico por fuera. Varias luces parpadeaban haciéndola recordar a esas películas coreanas de miedo que tanto le gustaban.
Quiso ir al siguiente pasillo, pero al mirar vio que había una china mayor extremadamente delgada. Le dio vergüenza pasar, aparte de una pequeña punzada al corazón. Algo pasaba, ¿por qué había tanto silencio? ¿Por qué estaba sola? ¿Por qué olía a sopa en todo el lugar?
Siguió caminando entre otros pasillos, el olor a plástico la confundía, aquellas luces intermitentes comenzaron a ponerla nerviosa ¿dónde estaba Emma?
Decidió salir de esa parte del local. Ya estaba cerca de los probadores. Ruido de agua. Miró al suelo. El tubo del aire acondicionado goteaba y había un charco en el suelo, pero el agua no era transparente sino roja, ¿qué estaba pasando? Tami comenzó a agobiarse. Hacía mucho tiempo que no pasaba por un momento tan incómodo, con lo cual, comenzó a hiperventilar. Comenzó a seguir el rastro rojo en el suelo, que llevaba directamente al interior de los probadores. No había nadie alrededor, pero si ruidos extraños, olores extraños.
La luz del probador de donde venía el líquido rojo estaba apagada, así que corrió lentamente la cortina blanca, no veía apenas nada, pero a medida que abría la cortina, todo encajaba. Estaba el bebé, pegado a su madre en la espalda por una tela negra. Su madre estaba mirando al suelo. Abrió un poco más la cortina y pudo ver la cabeza de Emma a un lado del suelo y su cuerpo ya sin vida en el otro lado, mientras aquel ser estaba cortándole uno de sus brazos, el izquierdo, el cual tenía un ojo tatuado.
La china no se había dado cuenta, estaba tan hambrienta que no percató su presencia. El bebé estaba mirando con ojos deseosos su cena.
Cerró la cortina, caminó rápido hasta la entrada. La puerta estaba cerrada, las rejas echadas y las luces se apagaron.
Por instinto, Tami corrió debajo de uno de las estanterías con ropa y se escondió entre ellas. Agradecía ser delgada y escurridiza para escapar. No lloró, se limitó a pensar en sobrevivir. Envió un whatsapp a Felipe, “No te lo vas a creer, Emma está muerta, va a ser la cena de unos seres horribles. Ni en nuestros relatos nos hubiéramos imaginado tal horror, llama a la policía, te mando la ubicación. Voy a apagar el móvil que no quiero que me vean”.
Apagó el móvil y con lo cual, su conexión al exterior. Se quedó muy quieta, esperando. Perdió la noción del tiempo y lloraba en silencio. Tantas cosas por hacer y no podía ya. Tantos sueños que cumplir y quizás no pasaría de esa noche, ¿así se puede sentir un animal acorralado? ¿una simple gacela al ser perseguida por un leopardo? No, ellos corren, huyen. Ella estaba atrapada en un almacén, que tenían de tapadera.
De repente, alguien la cogió de la pierna y la arrastró por el suelo, era aquella vieja. Llevaba un cuchillo de cocina, cuadrado, enorme, de esos que pueden cortar huesos y carne de un tajo. Se pararon frente a los probadores. Tami comenzó a mancharse con la sangre de Emma. Aquella vieja comenzó a reírse. La miró y le cortó la pierna. Tami comenzó a chillar, todo su sistema nervioso la avisó de un dolor inminente, jamás sufrido. Quería desmayarse, pero no podía. No tenía una pierna, pero aún tenía vida para escapar. Se reclinó como pudo y mordió a la vieja, sucia, maloliente. Su sabor, a basura; su sangre, salada. La vieja, sorprendida, la empujó y le mordió la otra pierna aún pegada a su cuerpo.
Tami se despertó sudorosa, casi a punto de gritar. Lola, su gata le estaba arañando la pierna y mordiéndola levemente. Todo era una pesadilla. Se giró para abrazar a su pareja y al hacerlo, vio sus manos manchadas de sangre. Se levantó aterrorizada, había destripado a su pareja con un cuchillo de cocina, exactamente igual que al del sueño.
- Mierda, ¡quién me manda ser sonámbula!
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Después de haber encontrado unos disfraces bastante decentes en los chinos, decidieron irse a comer. La costumbre es ir a la pizzería de Playa Honda, pero los amigos de Felipe ya estaban un poco hartos y le convencieron a que fueran a un bufete chino en Costa Teguise, que se come todo lo que se quiera por cuatro euros.
Felipe mostró su desdén y rechazo por la idea, pero Christo y Yonathan llevaban la voz cantante y se dio por zanjado que irían al bufete.
De camino a Costa Teguise, empezó a llover copiosamente, Felipe miró por la ventanilla, con el pensamiento de que al día siguiente tendría que fotografiar los barrios inundados de Argana Alta. Si es que todos los años que llueve es igual, y no sólo Argana Alta se veía inundada, sino prácticamente toda la ciudad de Arrecife, el año pasado mismo, las lluvias se cobraron más de cien muertos e incontables heridos, cuatro desaparecidos y una millonada en daños personales.
Christo rompió sus pensamientos cuando le envió por teléfono un vídeo de un tío montándoselo con un burro mientras le pillaban, imagen que le provocó más de una arcada.
Llegaron a su destino, pero desde el coche hasta el restaurante se mojaron por la lluvia. Al entrar en el restaurante lo primero que hicieron los tres chicos al unísono fue poner cara de asco por el olor que allí se respiraba, olía fuertemente a sopa, un olor nauseabundo de una sopa que ninguno sabría decir cual eran los ingredientes.
Aún así se acercaron a los platos y comenzaron a ver las fuentes que ahí se exhibían. Toda la comida que se mostraba estaba totalmente podrida, daba asco. En ese justo momento, Felipe recibió un whatsapp de su amiga Tami, que decía: “No te lo vas a creer, Emma está muerta, va a ser la cena de unos seres horribles. Ni en nuestros relatos nos hubiéramos imaginado tal horror, llama a la policía, te mando la ubicación. Voy a apagar el móvil que no quiero que me vean”.
De pronto se apagaron las luces del restaurante, los jóvenes se quedaron inmóviles, hasta que empezaron a oír ruidos procedentes de la cocina, eran pasos de más personas, gemidos y relamidos. No se podía ver nada, como fuente de luz eran los relámpagos que caían incesantemente. De repente se oyó un grito, era de Yonathan, lo habían cogido los chinos del restaurante, y entre destello y destello vieron cómo descuartizaban a su amigo y se metían trozos de su carne en sus ansiadas bocas caníbales.
Los dos que quedaban echaron a correr hacia la salida, que en contra todo pronóstico típico de las películas, se encontraba abierta. Pero fuera no se presentaba mejor, toda la calle era un caos, cientos de chinos devoraban todo a su paso, como si de langostas hambrientas se tratasen. Cuando los caníbales se percataron de la presencia de los dos chicos, éstos echaron a correr separándose. La lluvia no permitía ver nada, Felipe no paraba de caer y tropezar, miraba hacia atrás por si alguno de esos caníbales le perseguía, pero no había nadie. Dedujo que se entretendrían con algún otro incauto.
Felipe se escondió entre dos contenedores, pensando que iba a terminar como un chop suey. Entonces recordó todas aquellas cosas que le quedaban por hacer, las personas a las que despedir…sus dos amigos, uno muerto y el otro desaparecido. Impotente ante una situación tan irreal, comenzó a llorar, haciendo que sus lágrimas se mezclaran con la lluvia.
Unos pasos apresurados interrumpieron su llanto, y creyendo que era su amigo desaparecido, salió de su escondite. Y efectivamente, era su amigo Christo, o por lo menos, su cabeza colgada de la cintura de un chino caníbal. Cansado y derrotado, se dejó caer a la espera que también le devorasen.
-Joven, ¿y piensa de verdad que nos creamos ésa historia?
La habitación olía a humo, los dos policías miraban escéptico al joven que se encontraba al otro lado de la mesa, aún con las manos manchadas de sangre.
-Según un testigo, te vieron peleándote con tus dos amigos porque según tú, gritabas: “no quiero ir a comer en un chino, hoy tocaba pizza australiana”. Y al ver que ellos llevaban la voz cantante los descuartizaste y destripaste, para que a continuación, te comieras crudo todos sus órganos.
El chaval no alzó la cabeza, sólo miraba sus manos, y murmuraba en voz baja que todo fue cosa de unos chinos caníbales.
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BOHEMIAS HISTORIAS: FIN DE AÑO
Me levanté animosa y cansada. Hacía lo mismo que todos los días: desayunar, cigarro, café, cigarro, teclear el ordenador con la esperanza de poder salir antes de lo normal de aquella rutina, ¿porqué? Muy simple: Fin de Año.
Muchas tareas que realizar, comida que hacer, hambrientos alcohólicos a los que saciar…
Aún no sentía ese hormigueo que suele recorrer mi cuerpo por estas fechas, quizás porque lo vivo diferente y más distante cada año, de aquellas ilusiones y emociones que hacía que me encantaran las Navidades.
Muchos ya no están, y esas reuniones campestres en casas grandes y húmedas, donde éramos algo más de diez niños, terminaron, hace ya muchos años, reduciéndose a varias personas o a mis padres. Siempre terminaba sintiendo nostalgia, echando de menos aquellos tiempos.
Pero ese día, era diferente. Era la primera vez que partía el año con amigos, sin mi familia. Tardanzas, imprevistos, accidentes inesperados; como si todos los días se derramara una gran botella de champán “Moet” en el coche, y te dejara ese olor pegajoso y desagradable. Prisas, estrés, “hay que prepararlo todo ya”, cerca estaban las doce y yo sin beber ni una copa de vino.
Abrazos cortos, el beso de mi amado se convirtió en un mero roce, antes de salir por la puerta de “Lluvia de estrellas” toda convertida en una posible Edith Piaf paliduzca y zombie-alien, mucho más arreglada que yo, hasta el más mínimo detalle.
Vino adolescente, catorce años, digno de abrirse para tal ocasión. Una de mis amigas se arregló de forma espectacular, que podría resultar una mezcla de Emperatriz Infantil, Cruela De Vil junto con la seducción de la propia Jessica Rabbit. Teníamos tanta suerte que a cada momento nos flasheaba un amigo para inmortalizar tan agradable momento. Desde ese momento, el vino volaba, la comida, servida a modo de tapa, era un descubrimiento al paladar excitante, enriquecedor, donde cada uno compartía la receta y explicaba el modo de elaboración. Tratábamos de relacionarnos internacionalmente con un representante Esloveno, bastante agradable y elocuente, que resultó ser uno de los primeros en tener el lujo de estar bajo los efectos etílicos de la Nochevieja.
El momento uva, curioso. No deseaba sintonizar canales autonómicos, pero no hubo más remedio. Mujeres guapas embutidas en trajes antiestéticos, que engrandecían pequeños defectos o volvían infinito algún escote. Rezaba porque no pusieran regeton antes de las uvas, para así disfrutar de éstas mejor.
El reloj, digital, nada que ver con esos relojes reales, que de pequeña veía, donde las campanadas no salían de un altavoz, sino de campanas de verdad ¿qué sentido tenía llamar campanada a un sonido digital que imitaba a las campanas?
Antes de los cuartos (que no sonaron), ya andábamos como gallinas borrachas y eufóricas, ansiando el 2014. Y llegó. Nadie murió por atragantarse frutalmente. Esa travesti alienígena optó por algo más fácil, no parar de dar sorbos a su Martini glamuroso para despedir de forma original el maldito 2013.
De ahí, más copas de vino, y otro amigo hizo de cocktelero, volaron margaritas de piña, volaron las copas de vino y los Martinis. Parecíamos una familia completa: fotógrafos, cockteleros, embajadores (representando a Eslovaquia), cocineros e incluso emperatrices.
Y, de repente, justo antes de salir, una catástrofe, peor que un tsunami. Explosión. Provenía de la cocina, corrimos y vimos todo. ¡Los calabacines enrollados de queso y espinacas tirados por el suelo! Tenía ganas de lamer el suelo aunque hubiera cristales, pero no podía, ya alguien había comenzado a tirarlos a la basura. Sentí que era el fin del mundo, sentí que jamás volvería a comer aquellas delicias, así que opte por ayudar y comencé a fregar el suelo. Tacones de doce centímetros, traje de fin de año vaporoso y largo, y mi abrigo peludo y oscuro, junto con el tocado y el maquillaje. De repente, aquel embajador esloveno se arrodilló ante mis pies y me dijo que era la mujer más increíble que existía por fregar el suelo con tanta clase. Tocó mi zapato y me llamó su “Cinderella”. A todas éstas miré hacia los lados buscando a mi supuesto príncipe, sustituido por aquella travesti alcohólica que no paraba de beber y pensé “Pues va a ser que esto es como Ranma ½, en ocasiones es príncipe, en ocasiones es princesa”.
Bajé la mirada a aquel ser tan tierno y simplemente me reí y posé para una foto que quería sacar.
Tras aquella catástrofe convertida en cuento de hadas (moderno), nos dispusimos a comernos la noche. Y nos la comimos. Mi querido amigo y compañero de aficiones, no pudo evitar en mitad de la noche, abrazarme. Le noté ausente, triste, así que opté por aprovechar esa situación y devolverle el abrazo varias veces. Había que aprovechar esos momentos en que me permitía atravesar su burbuja protectora. Y fue tierno, amigable, a lo que no pude evitar decir un “te quiero”.
Todo lo demás, quizás borroso, psicodélico, amoroso, tierno y bestia. Abrazaba a la Emperatriz sin parar, bailaba desaforadamente, como hacía años no lo hacía, tras la electricidad, casposidad y frikismo que transmitía la dichosa “LePop”. Si me acercaba a la cabina del “dj” corría el riesgo de ser asaltada por ese espectro, que no paraba de abrazarme y darme besos mientras se me quedaba la cara blanquecina y roja por su maquillaje. Al fin y al cabo, bajo esas capas de maquillaje y brillantina, de extravagancia y bailes epilépticos, estaba la persona real que era (y es) mi compañero de aventuras.
Tras tanto movimiento, tanto saludo, tanto alcohol, vino el amanecer y con ello, tocó dormir con la Emperatriz, aunque al rato se nos unió el cocktelero que nos contó historias (para no dormir), que no pudimos presenciar al estar ausentes.
Horas y horas de sueño y, por fin, nos reunimos todos, al día siguiente, con una sopa mezclada con especias picantes, y el despertar de mi gran compañero, al que no pude evitar asaltarle a besos, mientras el resto se abalanzaba sobre él para desearle nuevamente Feliz Año. A pesar del cansancio y de los dolores de cabeza, estábamos ahí, ya sin atuendos de travestis ni de emperatrices, ni de cenicientas, ni cockteleros, volvimos a ser nosotros y comenzamos a reírnos sobre esas aventuras.
Al irme a dormir, abrigada ante el frío inminente de mi pueblo eché la última mirada al queridito, acompañados por mis dos felinos, y no pude evitar sonreír, al haberme concedido un fin de año memorable.
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La última vez que pasé un fin de año rodeado de gente tenía yo siete años. Desde entonces los había pasado yo solo. En la oscuridad, antes de la llegada del nuevo año, reflexiono sobre las cosas que he hecho, y me pregunto si al siguiente se cumplirá mi deseo de adquirir la libertad.
Cuando me dijeron, “Vamos a pasar juntos el fin de año en casa de Paula”. En un principio pensé si eso sería una buena idea, porque yo tenía otros planes en mente, a la espera de que se desarrollasen.
A última hora se confirma lo que más temo, mi plan B se va al traste, y acepto el plan inicial de pasar el fin de año en casa de Paula. Llego a su casa, ésta no me espera porque nadie se acordó de haberla avisado, y con aceptación mostrándome una enorme sonrisa por mi intromisión de última hora, coloca otro par de cubiertos en la mesa.
De repente y sin darme cuenta todos se ponen histéricos en la cocina preparando la cena, cortando queso, preparando martinis, colocando la mesa, yo mientras tanto, los fotografío a todos en sus quehaceres. Entonces ante la mesa mientras cenamos, hacen acto de presencia la gran Eustakya Lepop y su madre Sussy, derrochando glamour, arte y presencia.
Se acerca el momento de la llegada del año nuevo, coloco mi cámara para grabar tal acontecimiento, y yo me coloco a un lado para fotografiar a mis amigos. Llegan las campanadas, ellos van tomándose las uvas, y por cada campanada yo tomo una fotografía de cada uno de ellos. Al terminar, todo estalla en una lluvia de besos y abrazos.
El punto de inflexión de la noche la cometo yo, cuando intento guardar la leche de cabra en un taper en la nevera. Al introducirlo, se cae toda la comida sobrante al suelo, y al vestido de la anfitriona. Me siento mal y avergonzado, mi otra amiga trata de consolarme mientras intenta arreglar el estropicio que ocasioné.
Salimos a comernos el mundo, yo estaba dispuesto hacerlo, y es cuando se produce otro punto de inflexión, mis otros amigos del plan B, me llaman por teléfono, y me dicen que al final han decidido salir. Me dijeron que Ana también salía. Mi corazón dio un vuelco, ahora estaba en una encrucijada de elegir, entre, si seguir con mis amigos, o de intentar tener una oportunidad con Ana.
Al final mi corazón me puede, me excuso ante mis amigos y les digo que he de ver a unos colegas para felicitarles el año y que volvería en quince minutos. Al llegar al sitio de marras, veo a mis colegas con sus respectivas novias bebiendo en el parque todos trajeados. No veo a quien me interesa, pero al hacerlo el mundo se me cae, y siento el corazón rompiéndose en mil pedazos al tiempo que viene un elefante borracho color rosa y pisotea cada trozo hasta que no deja nada más que polvo. Desde la oscuridad ella hace acto de presencia abrazada junto a un tipo que nunca había visto. Ella me saluda mientras permanezco en shock y miro de reojo al desconocido que me tiende la mano a la vez que pienso que es un cabrón suertudo mientras que yo; mierda. Pregunto a mis colegas quién es ese tipo, y me contestan que ellos también lo acaban de conocer. Ya todo me parecía un asco, la fiesta había acabado para mí. Pero decido no irme a casa y terminar con lo empezado reuniéndome con los demás, en ese bar tan conocido situado en el centro de la ciudad.
Al llegar saludo a todos, en la barra ya me empiezo a desahogar en vasos interminables llenas de alcohol. Intento distorsionarme para olvidar aquella imagen de Ana besándose con ese tipo. Ante mis amigos intento mantenerme estoico y de pasarlo bien, pero no aguanto más, me quemo, algo me corroe por dentro y me destroza como si fuera ácido, y es entonces cuando me derrumbo. Veo a mi amiga y compañera de relatos, la abrazo y le digo: “Estoy tan cansado de seguir al corazón, si hiciera más caso a la cabeza, no tendría que sufrir tanto.” Me vuelve a abrazar, y le doy las gracias.
El resto es una distorsión de luces rojas, música folklórica y luces de colores en movimiento que le salen de las manos a la gran Eustakya Lepop. La noche pasa tan deprisa que al salir la luz del primer día del año hace acto de presencia. Mientras los demás discuten si seguir de fiesta, desayunar o volver a casa de Paula, yo hago mutis por el foro, evito despedirme de los demás porque no me encuentro en condiciones ni ganas. Entro en mi habitación, y como hacía en todos los fines de años a excepción de ésta, me sumo en la oscuridad y me acuesto a la espera de la llegada del sueño de los muertos.
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