No estoy muy acostumbrada a llevar tacones, pero como soy
tan divina no solo llevo tacones para ir de fiesta, sino que también uso unos
zapatos con dos tallas menos. Voy por la calle con mis colegas, me tambaleo, mi
cubata intenta salirse por los bordes pero yo no le dejo. Odio las aceras
especiales para ciegos, hacen que pierda el equilibrio y me hacen mucho daño la
espalda, y si no fuera porque ahora voy “pedo” estaría agachada jugando al Lego
con estas aceras. Camino mientras me preparo mi tercera cubata por una acera
muy estrecha, entonces de frente me viene un pive que va totalmente maqueado,
el muy desgraciado no se aparta y soy yo, la gran divina, la que tiene que
bajarse de la acera para pasar. Con rabia porque en el proceso de bajarme se me
cae el cubata, grito al chico algún improperio que ahora no recuerdo, y al
girarse le tiro mi zapato derecho, haciendo impacto en toda la frente con mi
tacón. El muchacho cae al suelo inconsciente y yo, toda divina, me dirijo a los
locales más frecuentados con mis colegas, al paso cojo de llevar un zapato.
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