Se encontraba inaugurando una exposición fotográfica, tenía
unas fotos interesantes como la de una chica con unos globos, mujeres algo
salidas y provocativas, junto con mujeres vaca y hombres cerdo.
Mientras todos
admirábamos sus obras, suena el teléfono del artista. Se disculpa y se aleja de
nosotros para poder hablar con intimidad. Lo hace algo airado, no sabemos con
exactitud con quien habla, podría ser su novia, novio, su agente o simplemente
un amigo que no puede venir.
Aprovechamos su
ausencia para devorar los pequeños platos que nos van sirviendo, pequeños
trozos de tortilla deconstruida, pinchos de gambas, galletas saladas con forma
de murciélagos, pero a lo que yo ya tengo echado el ojo son a unos bocaditos de
jamón serrano que están sabrosísimos.
Pasa mucho rato con
la ausencia del autor, que aún sigue hablando por teléfono. En una de las
miradas que doy hacia él por si ha terminado, vemos que aún sigue hablando y
hablando, no para de hablar y de gesticular de manera exagerada.
Entonces me fijo en
la oreja en la que utiliza el móvil, está roja como un tomate e hinchadísimo.
El artista se percata de que le he estado mirando su oreja, y con sorpresa,
vemos cómo se cambia la oreja por otra que se saca de la bandolera y mete en la
misma su oreja hinchada y roja de tanto hablar.