Los
cuatro estábamos ya en las últimas, pero aún así nos dirigimos hacia ese bar
tan conocido situado en el centro de la ciudad. Entre la multitud de la gente
perdí a dos de ellos; mi restante amigo y yo fuimos a pedir unas copas en la
barra, en la que nos atendió un tipo con gafas sin cristal que contaba chistes
buenísimos.
Antes de que mi amigo se diera cuenta, una
joven nos estaba mirando con intensidad, mas concretamente, miraba con lujuria a
mi amigo. La chica tenía un cuerpo de infarto, unos ojos grandes y el pelo
corto; vestía como si acabara de salir de un taller pero aún así, tenía su
morbo.
Le doy un codazo a mi amigo y le digo que ahí
hay una chica que parece interesada en él. Me suelta un bufido diciéndome: “¿Otra
más que necesita mi “rabo”? ¿Cuándo me van las tías a dejar en paz una noche
con los colegas?” Se encontraba tan indignado que se pidió otra copa aún
más cargada que la anterior.
Yo me alejé de la barra para que la chica
tuviera campo libre, y como si adivinase mis intenciones se acercó a él, nada
más marcharme yo. Desde una distancia prudencial, ya que no quería perder de
vista a otro colega más y quedarme solo, presencié con todo lujo de detalles
cómo la chica iba a saco con él. La joven le susurraba en el oído cosas guarras
mientras le agarraba el “paquete”, le daba besos y caricias detrás de las
orejas. Y él, se quedaba quieto como un imbécil que no se daba cuenta que había
una chica que quería que le comiera el postre.
Al final la chica se marchó decepcionada, me
acerqué a mi amigo y le dije que cómo podía haber desaprovechado una
oportunidad así, que en lugar de levantarse con él, lo hará sola entre sábanas
vacías mientras el sol de la mañana toca su rostro recién bañado en lágrimas.
Él me contestó: “No tío, no.”
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