Me
encuentro en la barra de este bar tan conocido ubicado en el centro de la
ciudad, cuando aparece una amiga y me invita a una birra. Hacía años que no la
veía, se encontraba fenomenal. Hablamos de nuestras vidas desde que nos
separamos en el instituto. Ella se había marchado a Londres a probar fortuna, y
lo consiguió trayéndose a su novio que lo conoció allí, y a un niño que había
tenido hace seis meses.
Yo no le pude decir mucho. Después del
instituto me metí a trabajar en el taller de mi padre, por eso siempre voy oliendo
aceite.
Mientras seguimos hablando, me acuerdo de un
regalo de cumpleaños que me iba hacer antes de su partida. Pero entre una serie
de catástrofes desdichas, su regalo nunca me llegó a las manos, y nunca me
había dicho qué era el regalo. Durante cuatro años me ha tenido en vilo, y
aquella noche por fin me lo confesó; un peluche de la saga La Leyenda de Zerda.
Ella se
va al baño, y uno de los tipos que estaba sentado a mi lado se mete en el baño
de chicas. Mi amiga al salir me cuenta que ya tengo compañía para esta noche.
Me cuenta que el tipo escuchó la anécdota que la había contado de que una mujer
prefería los miembros de la gente de color porque la de los blancos le parecen
poco hechos. Y que el tipo se había metido en el baño con ella intentando
ligársela enseñando su miembro y diciendo; “A ti te gusta ¿eh? A ti te gusta…”
Entonces ella se defendió diciendo que no le gustaba, pero que conocía a un
amigo que sí. Eso me lo decía señalándome a mí. Pero cuando iba a decir que los
tíos a mi no me van, ya era tarde, aquel tipo ya se había puesto unas gafas
raras horteras y desde la barra, se estaba pasando el pulgar por los labios.
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