Me quedo esperando en el coche, esperando mientras veo la
ciudad crecer, iluminarse de manera artificial. Espero tu oscuridad mientras
bebo mi botella de vodka. La ciudad es mi religión.
Tus lágrimas aparecen por el retrovisor, me
bajo del coche, espero a que llegues. No terminas de hacerlo, un mensaje en tu
móvil. Me miras con asco y lloras en los hombros de otro.
No paras de
llorar en su regazo, un sentimiento de celos y rabia nacen dentro de mí,
mientras te veo desahogarte con él. Y él hace lo que tiene que hacer y que yo
no me atrevo, te consuela, te seca las lágrimas. Me quedo esperando en el
coche, veo la ciudad crecer, espero tu oscuridad mientras me termino mi segunda
botella de vodka.
Unos niños corren asustados y un todoterreno
va tras ellos y se meten en un callejón, lo último que veo es el todoterreno
volar hacia un edificio.
Ella ya no está ahí. Me dejó en las penumbras
iluminando a otro que acababa de conocer.
Dejo que los
lobos se coman mis piernas, ¿para qué las quiero ahora? Dejo que devoren mi
corazón, ¿a quién le puede hacer falta un corazón negro y manchado?
Los buitres luchan entre ellos por mis ojos,
deliciosos por la maldad que han contemplado, por la tristeza del que fueron
testigos. Ella ya no está. Sigo esperando en el coche, pero la ciudad dejó de
crecer, ya no es mi religión, ya no creo en ella.
Esperando en el
coche, veo tus lágrimas por el retrovisor. Me bajo para esperarte, y por fin
llegas a donde estoy. Te abro la puerta y te metes en silencio. Nos vamos sin
rumbo fijo, tú dices que quieres ir lejos de todo y de todos, desaparecer de
esta ciudad que te está consumiendo, de las luces artificiales que te van
cegando. De los hombros y regazos de otros.
Vuelves a leer el mensaje que te hizo
separarte de mí. Ahora no lloras, ríes a viva voz, es una risa de liberación,
sin temor. Arrojas el móvil afuera y terminas con mi tercera botella de vodka.
Llegamos a ese lugar lejano, el mar nos ofrece su
aroma a salitre, fresco y recargante. Aún no ha amanecido, pero aún puedo ver
tus ojos enrojecidos de tanto llorar.
A unos metros de nosotros podemos ver a una
joven que se mete en una barca, rema hacia el horizonte en busca de su padre.
Las luces de la ciudad se van apagando
progresivamente, dejando paso a la oscuridad más absoluta, antes del amanecer.
Desde que llegamos ella no me dice nada, yo
tampoco suelto palabra alguna, sus ojos azules me dicen todo lo que necesito
saber. Saber que entre ella y yo no habrá nada, salvo una amistad artificial y
superficial.
Me quedo esperando en el coche. Esperando
mientras veo una ciudad ya crecida, espero su oscuridad con los labios resecos.
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