Bajo la
manta de estrellas de esta noche fresca y suave. Acostado entre dunas y arena,
mis amigos y yo relatamos nuestros sueños. Ella, que la acabo de conocer,
sorda, hermosa, y tan pegada a mí mientras me acaricia el hombro, no puedo
evitar que será que ella quiere mi “rabo”.
La música a lo lejos se va muriendo al igual
que la noche. No podemos evitar el tener que volver, y mientras lo hacemos
entre risas y secretos, nos cae agua de algún balcón de tal vez una pareja
malfollada. Incómodos por dormir en camas separadas y que tal vez se dedican a
arrojar agua a quienes pasen por debajo de su casa como estamos haciendo
nosotros.
Llegamos al coche, estaba abierto, es un
milagro que nos no lo robaran. Dormimos lo que quedaba dentro del vehículo. Al
cabo de unas horas unos golpes en la ventanilla nos despierta a todos. Era un
señor de unos cuarenta años, en tanga, preguntándonos si queríamos sexo gratis
con él. Mi amiga no se lo pensó, encendió el coche marchándonos como alma que lleva
el diablo. La sorda aún duerme en postura de plankin en el asiento de atrás y
su cabeza se sitúa en mi entrepierna. Está claro que lo que ella quiere es mi
“rabo”.
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