Aquella noche bailaba con mi chica en aquel local tan famoso
situado en el centro de la ciudad, la pista era para nosotros mientras la música
fluía en nuestros cuerpos. Más gente se iba añadiendo, completando así el
lugar, donde las copas caían y el sabor del alcohol se perdía en el aire.
El DJ de esa noche,
de complexión delgada y abundante barba, fue de pronto acosado por la
muchedumbre al pedir temas que hicieran mover sus espasmosos cuerpos, unos
pedían “Unchi-unchi”, otros pedían “metal”, y varios pedían BSOs. Ante tal
avalancha, el DJ fue poniendo las peticiones de su público, y cuando sonaba sólo
bailaban aquéllos cuya música habían pedido, mientras que el resto permanecía
parados o hablando entre ellos. El DJ que no soportaba más el comportamiento de
la gente, sacó un látigo de nueve colas fustigándolos a todos mientras decía: “Bailad
ahora, al son de mi látigo.”
Ante tanta violencia musical,
salí al patio con mi pareja, al llegar ya había dos señoras que se mostraban
muy molestas por la música que pinchaba el DJ, una de ellas me preguntó qué música
estaba sonando ahora, y con el móvil les mostré un vídeo de una chica pálida y
un tipo casi sin dientes que cantaban y bailaban de modo raro. Fue en ese momento
cuando el DJ salió al patio con su látigo, castigándonos a bailar al son de sus
silbidos mientras nos fustigaba.