En un
principio escribía en forma de relatos las anécdotas que me pasaban en el día a
día. Me parecía divertido que la gente leyera esas cosas y que compartieran esa
diversión. Pero desde hace meses que no puedo escribir, ya no sólo porque no me
pasan cosas raras en mi cotidiana, sino también por la falta de motivación,
inspiración, o porque simplemente me haya “quemado”.
Escribir de esta manera es como meter escritos
en botellas y lanzarlas al mar, nunca se sabe si lo que haces llega a alguien
que sepa leer. Pero llegan, vaya que si llegan, no paro de recibir cartas de
gente que lee mis hilarantes historias, preguntándome por qué dejé de escribir,
por qué llevo meses sin subir nada al blog, donde sin darme cuenta, he creado
centenares y centenares de lectores fieles hambrientos por mis historias.
Lo que me pasa no lo puedo explicar, a veces
me siento frente a mi máquina de escribir, y no se me viene nada a la cabeza,
siento el vacío y las ideas se diluyen como agua por el desagüe. Trato de
relajarme, escuchar música, pero nada me sirve.
Entonces un día, en el que trataba de escribir
algo, recibí la visita de alguien a quien no esperaba. Tocaron muy fuerte en la
puerta, al abrirla, había una mujer muy guapa, era una pelirroja, con unos
vaqueros y una camisa de tirantes. Me dijo que se llamaba Muusa y a continuación
me dio dos cachetones. Dolorido más por el acto de que me pegara que por el
dolor en sí, pregunté a qué venía eso. Muusa me respondió que era una fan de
mis historias, y que si no volvía a escribir, vendría todos los días a mi casa
para darme dos cachetadas. Cerré la puerta, me senté frente a mi máquina, y sin
darme cuenta, volví a escribir esas historias surrealistas que pueblan nuestras
rutinarias cotidianas.
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