Estaba de muy buen humor, y avisé a los chicos que hoy
cocinaba yo. Se pusieron contentos con la noticia pues sabían que todo lo que
preparaba en la Escuela
de Cocina estaba todo muy bueno.
Troceé la carne, preparé la ensalada, corté
las verduras para el caldo, calenté el pan y me disponía ahora a meter el
pastel de fresas en el horno.
Es increíble lo que
pasa el tiempo cuando te concentras en algo. Los demás iban llegando y me
ayudaban a poner la mesa.
Berto, Vidal y Manola
se quedaron encantados ante tal banquete que había preparado con mucho amor, y
en un abrir y cerrar de ojos los cuatro hincamos los dientes. Berto se puso las
botas con el pato asado, Vidal, no paraba de meterse en la boca todo lo que
pillaba, y Manola iba despacio con las ensaladas.
Cuando todos
terminaron con el postre se recostaron en el sofá exhaustos, y desde la cocina
les pregunté qué tal estaba todo, Vidal, que fue el que lo probó todo dijo que
estaba buenísimo, en ese momento sus ojos quedaron en blancos y cayó fulminado
en el posabrazos del sofá. Manola dijo que las ensaladas estaban riquísimas,
como siempre. Y al igual que Vidal, también cayó muerta en mitad del salón. Me
acerqué a Berto, con una sonrisa en los labios y le pregunté qué tal estaba la
comida. Berto temblaba de miedo al darse cuenta de que si daba su opinión sobre
la comida también caería muerto por envenenamiento. A él le confesé que había
puesto veneno en la comida, la dosis justa para que me dieran su opinión sobre
todo este manjar, y como era de esperar, se lo comieron todo sin darse cuenta y
felices de haberlo hecho.
Berto me miró a los
ojos, y los suyos bañados ya en lágrimas junto al sudor que le caía por toda la
cara, me dijo con voz temblorosa que esto estaba muy bueno. Berto cayó en
redondo, y yo me quedé sola en mitad del salón, sonriendo y contenta de dar mi
informe positivo en
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