Llevo toda la vida viviendo en esta ciudad, y a medida que iba creciendo, lo verde y natural iba desapareciendo para dar lugar a edificios altos y tiendas de ropa. Y con añoranza recuerdo mis juegos de la infancia en parques verdes, con árboles a los que trepaba y tierra con la que me ensuciaba, y que, junto con alguna rodilla raspada me ganaba la regañina de mi madre. Hoy no queda nada de eso, los niños juegan en arquitecturas modernas de plástico, rodeados de una valla carcelaria de colores, con un suelo de lo más acolchado para no rasparte las rodillas. Mientras mi mente se retrotae al pasado, esperando a que el semáforo me diera permiso para pasar, a mi lado aparece un señor mayor, que sujetaba una bolsa cuyo contenido sobresalía y que a mí me llamó la atención sobremanera. Era un trozo de césped lo que llevaba, en una ciudad en la que el verde no se lleva, aquel señor lo hacía. El semáforo nos da paso, yo me quedo donde estoy, y veo como aquel señor que llevaba césped en una bolsa, se pierde entre la gente.
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