Con el cansancio acumulado, pienso en qué bien estaría en mi
cama, pero algo dentro de mí me dice que he de salir, algo me dice que sería
interesante correr aventuras y seguir conociendo gente tan sorprendente.
Siempre los mismos lugares, siempre las mismas caras familiares, pero estas
últimas semanas, todo diferente.
Volver a disfrutar como hacía tiempo no lo hacía, dejando
esa rutina atrás, por unas horas, por unas risas, por tan buena compañía; por
sus miradas, por nuestra complicidad, por esos besos cortos alcoholizados.
Pero la noche me sorprende, a medida que cada copa de vino
tinto se agota, para ser renovada por otra. Y cuando ya decido parar, veo a uno
de los seres que más aprecio, diferente, alegre.
Debido a mi alegría artificial, no consigo notar cambio en
ella a lo largo de la noche, pero, repentinamente, la veo desatada, feliz,
sociable, nocturna; y no soy yo la única que se asombra.
Sigo a mi aire, disfrutando de gente nueva, recién llegada,
compartiendo impresiones, viendo un nuevo mundo a través de sus ojos. Me río
ante la espontaneidad de todos, me sorprendo al empezar a querer a gente recién
llegada a mi vida. El agotamiento no me vence, porque la alegría corre por mis
venas.
Bigotes postizos rondan la noche, algunos en el escote,
otros como cejas postizas, otros como diademas rojizas en medio de la frente,
todos esos bigotes en lugares inusuales excepto en donde tiene que estar. Y es
entre bigotes, donde encuentro a un chico silencioso, otro más entre el grupo,
discreto, donde me hace una propuesta a la que no me puedo resistir.
Hacía ya tanto tiempo que no compartía impresiones con
alguien, que me sorprendió que, de aquel ser callado y misterioso, saliera de
sus labios algo que, desde que dejé de hacer lo que más me gustaba, nadie me había
propuesto. Con ello, aquella noche donde en su momento quería irme a dormir
para descansar, sonreí por saber que entre todas las cosas increíbles que
pasaran, me dieran un poco más de luz en mi rutinaria vida.
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Llego a mitad de la fiesta, mis colegas ya habían empezado
desde las diez y media de la noche. Saludo a los que puedo y me despido como
puedo de los que se marchan. Ya en barra para pedir una copa, se acerca una
chica que conocí hace un mes, me la presentó la novia de un amigo mío y ésta
era la tercera vez que la veía. Y aunque estaba de buen ver con sus botas
vaqueras, falda rosa y su blusa verde, esta chica rubia y de ojos azules estaba
más allá que para acá. Su amiga, la novia de mi amigo que llevaba una copa de
vino tinto, me confesó que había bebido de más, cosa que no era habitual en
ella y que incluso se había sorprendido mucho al hacerlo. La chica rubia
después de saludarme con bastante alegría, no paraba de pellizcarme los
mofletes como si fuera mi abuela. Me dice que le gustaría tener un hijo como
yo. Yo le respondo que no le conviene tener un hijo como yo, que le saldría
caro y que se llevaría muchos disgustos. Ella hizo caso omiso a lo que decía, y
de su bolso sacó unos papeles para que los firmara, al preguntar que eran esos
papeles me dijo que era para que mi adopción fuera totalmente legal, rompiendo
con todo mi pasado y familia anterior, y que esta chica rubia fuera mi nueva
madre. Yo le dije que eso era imposible, que entre ella y yo teníamos un año de
diferencia, que seríamos más hermanos que madre e hijo. Al negarme a firmar, su
rostro cándido y dulce cambió por completo, parecía una auténtica diablesa,
aterrado y temiendo por mi vida, cogí el bolígrafo que ella me ofreció y el
contrato se cerró con fuego y sangre.
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