lunes, 8 de julio de 2013

…desciende, ángel sin corazón.

Ya no me queda tiempo. Hoy es mi quinto y último día,  ahora te miro y yaces a mi lado, has decidido quedarte hasta el final, aunque no sé si por cariño y por pena por la historia que te conté o por simple morbo de lo que ocurrirá al final del día.
 Te conocí en ese bar tan famoso en el centro de la ciudad, lo primero que me llamó la atención fue tus cabellos tan rojos como las paredes que adornan el bar, destacándote así entre la multitud de chicas a las que podría haber elegido. Estabas muy borracha y aún así escuchaste mi historia y accediste venir conmigo, no sin antes aceptar un contrato de pasar sólo una noche. Al segundo día decidiste quedarte hasta ver lo que podría pasar la noche del quinto día.
 En el tercer día decidimos no hacer nada, acostados en la cama de esta habitación rumbrienta. Te acurrucas hacia mí y me dices que mi corazón late muy aprisa. Yo te contesto que no tengo corazón, que soy un cascarón vacío carente de uno, que soy un ser que no debería de existir y que aún así existo, privado de libertad, y ahora, privado del tiempo.
 En el cuarto día nos contamos historias, verdades y mentiras. Y en medio de ellas te confieso algo, una verdad camuflada en mentira. Te cuento que de niño me encantaba volar, surcar el cielo azul y volar libre a rumbo desconocido. Pero que ahora lo aborrecía porque desde aquí arriba se veía mejor el Infierno. Tu me confiesas un relato que te pasó de niña, y que ahora te gustaría escribirlo y titularlo: “¿Dónde dices que te tocaba?”. Le digo que no me cuente más, que por el título era más que suficiente.
 Ya no me queda tiempo, es la noche del quinto día. Desde un lado de la cama te veo dormir, tus cabellos rojos te tapan ese lado de la cara que tanto te avergüenza y a la que me dejaste fotografiar. Sobre la mesita te dejo el dinero equivalente a estos cinco días. Me despido de ti. Me pregunto si desde aquí podré volar y ver el Infierno una última vez.

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