Ya no me queda tiempo. Hoy es mi quinto y último día, ahora te miro y yaces a mi lado, has decidido
quedarte hasta el final, aunque no sé si por cariño y por pena por la historia
que te conté o por simple morbo de lo que ocurrirá al final del día.
Te conocí en ese bar
tan famoso en el centro de la ciudad, lo primero que me llamó la atención fue
tus cabellos tan rojos como las paredes que adornan el bar, destacándote así
entre la multitud de chicas a las que podría haber elegido. Estabas muy
borracha y aún así escuchaste mi historia y accediste venir conmigo, no sin
antes aceptar un contrato de pasar sólo una noche. Al segundo día decidiste
quedarte hasta ver lo que podría pasar la noche del quinto día.
En el tercer día
decidimos no hacer nada, acostados en la cama de esta habitación rumbrienta. Te
acurrucas hacia mí y me dices que mi corazón late muy aprisa. Yo te contesto
que no tengo corazón, que soy un cascarón vacío carente de uno, que soy un ser
que no debería de existir y que aún así existo, privado de libertad, y ahora,
privado del tiempo.
En el cuarto día nos
contamos historias, verdades y mentiras. Y en medio de ellas te confieso algo,
una verdad camuflada en mentira. Te cuento que de niño me encantaba volar,
surcar el cielo azul y volar libre a rumbo desconocido. Pero que ahora lo
aborrecía porque desde aquí arriba se veía mejor el Infierno. Tu me confiesas
un relato que te pasó de niña, y que ahora te gustaría escribirlo y titularlo: “¿Dónde
dices que te tocaba?”. Le digo que no me cuente más, que por el título era más
que suficiente.
Ya no me queda tiempo, es la noche del quinto
día. Desde un lado de la cama te veo dormir, tus cabellos rojos te tapan ese
lado de la cara que tanto te avergüenza y a la que me dejaste fotografiar. Sobre
la mesita te dejo el dinero equivalente a estos cinco días. Me despido de ti.
Me pregunto si desde aquí podré volar y ver el Infierno una última vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario