Mostrando entradas con la etiqueta ángel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ángel. Mostrar todas las entradas

lunes, 14 de octubre de 2013

La habitación del ángel



Ilustración: Thami Sánchez.

Vuelvo a discutir con ella. Esta vez lo hacemos a puerta cerrada y sabiendo que nuestra hija se encuentra en su habitación, preparándose para irnos al parque de atracciones. No para de reprocharme que no hago más que escribir y escribir, que no le dedico tiempo a ella o a nuestra pequeña. Yo no soporto más sus rabietas. Y antes de coger a mi hija, mi mujer se desploma y entre lloros me confiesa que me ha visto con otra, con una pelirroja. Me quedo inmóvil en el umbral de la puerta, y sin decir nada me voy al coche.

 Para que todo parezca de lo más normal, ella y yo actuamos como siempre, mi esposa coge la cámara y comienza a filmarnos antes de subirnos al coche, y nos despedimos con la mano añadiendo una sonrisa de lo más cómica. 
 Lo pasamos bien en el parque de atracciones, el olor del algodón de azúcar me trae recuerdos de mi propia infancia en la que yo venía con mis padres...antes de separarse. La niña reía sin parar y a cada rato nos decía que nos quería mucho. Yo la miraba con culpabilidad, pero no podía hacer otra cosa. 

 Regresamos a casa en silencio. Nuestra hija se encontraba durmiendo en la parte de atrás. Mi mujer me coge de la mano, y en voz baja me dice que no lo haga, y comienza a llorar por lo bajo. Llegamos a casa, ambas se bajan del coche. Ella me mira con tristeza, yo no me atrevo a mirarla. Sólo contemplo a mi pequeño retoño, acurrucada entre sus brazos, durmiendo como un pequeño ángel a la que no me podré despedir. Me marcho en silencio. La promesa de una vida mejor está a lo lejos, en el horizonte.

lunes, 8 de julio de 2013

…desciende, ángel sin corazón.

Ya no me queda tiempo. Hoy es mi quinto y último día,  ahora te miro y yaces a mi lado, has decidido quedarte hasta el final, aunque no sé si por cariño y por pena por la historia que te conté o por simple morbo de lo que ocurrirá al final del día.
 Te conocí en ese bar tan famoso en el centro de la ciudad, lo primero que me llamó la atención fue tus cabellos tan rojos como las paredes que adornan el bar, destacándote así entre la multitud de chicas a las que podría haber elegido. Estabas muy borracha y aún así escuchaste mi historia y accediste venir conmigo, no sin antes aceptar un contrato de pasar sólo una noche. Al segundo día decidiste quedarte hasta ver lo que podría pasar la noche del quinto día.
 En el tercer día decidimos no hacer nada, acostados en la cama de esta habitación rumbrienta. Te acurrucas hacia mí y me dices que mi corazón late muy aprisa. Yo te contesto que no tengo corazón, que soy un cascarón vacío carente de uno, que soy un ser que no debería de existir y que aún así existo, privado de libertad, y ahora, privado del tiempo.
 En el cuarto día nos contamos historias, verdades y mentiras. Y en medio de ellas te confieso algo, una verdad camuflada en mentira. Te cuento que de niño me encantaba volar, surcar el cielo azul y volar libre a rumbo desconocido. Pero que ahora lo aborrecía porque desde aquí arriba se veía mejor el Infierno. Tu me confiesas un relato que te pasó de niña, y que ahora te gustaría escribirlo y titularlo: “¿Dónde dices que te tocaba?”. Le digo que no me cuente más, que por el título era más que suficiente.
 Ya no me queda tiempo, es la noche del quinto día. Desde un lado de la cama te veo dormir, tus cabellos rojos te tapan ese lado de la cara que tanto te avergüenza y a la que me dejaste fotografiar. Sobre la mesita te dejo el dinero equivalente a estos cinco días. Me despido de ti. Me pregunto si desde aquí podré volar y ver el Infierno una última vez.