Sentado en la terraza de una cafetería esperando mi cita a ciegas
(lo único que me ha revelado para reconocerla son sus cabellos rojos como el fuego),
contemplo a dos críos, un niño y una niña que al oírles hablar me entero que se habían reencontrado y que hacía tiempo que no se veían, y que en el rato que les quedaba habían decidido jugar
al teatro. Se meten en el patio de la casa de enfrente y se dedican a chillar como
si representasen una famosa tragicomedia. Como si yo también fuese un crío, me dejo
llevar por mis emociones, y cuando me dispongo a aplaudir un montón de agua moja
a los chavales, era de una mujer con un cubo quien se los había tirado, gritó que
dejaran de hacer ruido en su patio y se metió adentro. Los niños salieron del patio,
se miraron y rieron como posesos.
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