El calor está muy presente en este bar tan conocido ubicado en el centro de la ciudad. De manera progresiva se va llenando de gente que viene de la feria y de otros locales de ámbito nocturno. Sólo quedan unas pocas horas para disfrutar de la compañía de los que pronto se irán y no me encuentro con el ánimo suficiente para aprovechar esos momentos. Hace mucho calor, la chica con el pequeño Kruegger colgando ha tardado una semana entera para poder perdonarme, ahora cree que la ignoro pero solamente cuido lo que voy a decir, y aún no me atrevo a entregarle ese montón de cartas llenas de amor inconfesado. Su prima me hace un juramento de sangre en la que la próxima vez que nos veamos cumplirá con mi satisfacción zapatil. De pronto me piden que haga una foto de grupo, y es ésa la foto en la que dentro de unos treinta años alguien verá rota en el suelo mientras su imagen le devuelve unas sonrisas que representaban libertad y amistad.
Llega la hora de la despedida, los últimos abrazos y los mejores deseos. El resto nos quedamos hasta que alguien implanta una idea en nuestras cabezas, y es la de comer bocadillos de tortilla. Mientras esperamos a que llegue el resto de amigos, mi glamurosa amiga se dedica a coquetear con un grupo de chicos a las que se deja toquetear y que en cierta medida ellos disfrutan sobremanera haciéndolo. El novio de mi bohemia amiga no para de hacer eses y de rebotar en las paredes, lo que hace que dificulte la llegada al coche. Seis personas en un coche de cinco plazas, mientras uno de nosotros se siente como una maleta de viaje, somos escoltados por una fila de coches patrulla que paran y rodean una discoteca en la que se pueden ver dos grupos dándose de lo lindo.
Quince minutos nos lleva encontrar ese sitio donde se hacen excelentes bocadillos de tortilla. Y justo cuando nos sirven, la “señora” del grupo recibe un mensaje en su móvil, entonces su cara se ilumina y nos anuncia que acaba de nacer su hermanita, todos gritamos de alegría en ese bar cuyos únicos testigos son el barman y dos viejitos con su café mañanero. Levantamos nuestros bocadillos y alzamos nuestros vasos de agua, nuestra “señora” amiga grita que nos invita la ronda para celebrar la llegada a este mundo de su pequeña hermanita.
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