lunes, 9 de diciembre de 2013

El Agujero Negro

Trostky no paraba de ladrar. Desde que yo había llegado, algo le estaba perturbando, y desde luego, a mí también.
 Estaba en la casa de mi amigo “El Ermitaño”, le llamábamos así porque a medida que pasaban los años, más se recluía en su casa, su única ventana al mundo era Internet. Decía que había perdido la fe en la Humanidad, y que para se salvarla, tendríamos que ser todos purgados.
 Yo visitaba a mi amigo de vez en cuando, más que nada para que no perdiera la poca cordura que le quedaba, y porque ya no podía salir de su casa, no por su ideología, sino que llevaba tanto tiempo sin realizar ninguna actividad física que acabó atrofiándose las piernas, de manera que ya no podía caminar, sino como mucho, arrastrarse por los rincones de su casa.
 Los ladridos del perro me sacaron de mi ensimismamiento, y entonces noté que algo iba mal, miré por el cuarto por si descubría lo que era. En el sofá estaba “Dibulibú”, enganchada a videoclips de veinticuatro horas, Manola estaba viendo una serie que yo odiaba, y un chico aleatorio estaba liando un cigarro. En las estanterías tenía los cómics viejos de siempre, y la mesa estaba llena de cosas que parecía un mercadillo.
 Cuando ya daba por concluido la búsqueda me percaté de algo en las piernas atrofiadas del "Ermitaño". Había un vacío que se creaba bajo él, mi amigo se dio cuenta de lo que estaba mirando, y con toda la tranquilidad del mundo, me dijo que era un Agujero Negro que se había formado en el centro de su cama, que por eso parecía que se hundía cada vez más.
 Nos confesó a todos que la primera vez, no sabía lo que tenía debajo y que al moverse, cinco colegas suyos fueron absorbidos sin regreso por el Agujero Negro. Yo regresé a mi asiento a whassapear un rato, ahora que me encontraba más tranquilo. El perro, afuera, seguía ladrando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario