Ella
estaba ahí, silenciosa, ausente. Incluso cuando yo llegué no hubo signos
emotivos. Me siento y me pido algo, el camarero sonríe de manera
maliciosa, pero le corto antes de que diga nada.
Antes de que me trajeran la copa, ella había
abierto la boca, preguntando porqué visto de negro, no me lo esperaba, de ella
no. Tardo en contestar porque me resultaba tan chocante toda esa situación tan
irreal. Ella coge su vino, y como si estuviera en un gran salón frente a una chimenea
con el crepitar de las llamas, aguarda mi respuesta.
Le contesto que es tema delicado de comentar y
que no es el momento adecuado, su contra respuesta es que ya había venido con
ropa de colores en su cumpleaños. Y le recuerdo que fue a petición suya de manera excepcional, y que
lo había pasado mal haciendo eso, que si por mí fuera, no lo volvería a repetir
en tiempo.
Lo segundo que me sorprende de la noche es que
vuelve a preguntar un tema que me incomoda; mi coletero negro en mi muñeca
izquierda. No quiero parecer molesto, ni que ella se moleste al no poder responder
a sus preguntas. Así que le digo que ella, al igual que el resto de la gente,
es afortunada de poder abrir el armario y decidir qué tipo de ropa ponerse,
ponerse un color acorde al día, al estado de ánimo, o coger por coger. Que yo
ya no podía hacer eso, ya no podía permitirme el lujo de vestirme con otras
prendas que no sean del color de la noche más oscura.
Guardo silencio en lo que queda de noche. Las
respuestas llegarían con el tiempo.
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