lunes, 9 de junio de 2014

Fusión

Fui de los pocos que salió vivo de ese infierno, ahora me encuentro afuera, atendido por unos médicos en una ambulancia. La policía tiene precintado el lugar, y los bomberos tratan de sofocar las llamas que yo mismo he causado.

 La noche parecía prometedora, no hacía frío ni tampoco mucho calor. Eso permitía que la mayoría de las chicas lucieran más sus esbeltos y bellos cuerpos, que sus vestidos pijos.
 Encontré al resto de los amigos que ya venían en coche, ya desde lejos se les podía oler la peste a colonia excesiva que se ponen esos tres. Antes de entrar a local de turno, nos dedicamos a vaciar las dos botellas de ron, y contarnos batallitas de salidas anteriores junto a amores fracasados.

 Cuando terminamos las botellas de ron, entramos listos para darlo todo. El local estaba abarrotado, y la música perforaba los oídos de manera progresiva. Antes de intentar ir de caza, me dirijo a la barra, ahí pido una copa, y mientras observo la fauna allí ingresada, observo entre el caos y la locura, cómo un grupo de chicas se vuelve histérica e intentan desapoderadamente llegar a la salida.
 Giro la cabeza al punto de origen, de donde ellas habían salido, y con sorpresa presencio cómo la gente se va fusionando.

 Oí decir a la gente que huía, que mientras bailaban se iban tocando los dedos entre ellos, y de esta manera se iban fusionando. Era ridículo, esto parecía como aquel serie de dibujos japoneses donde los protagonistas, tras un baile, fusionaban sus cuerpos.
 Pero aquí era distinto, repulsivo, todo el mundo que bailaba y tomaba contacto con los primeros en fusionarse, iban creando un amasijo de carne que se iba acumulando más y más, hasta crear una criatura extraña que lo devoraba todo.

 Mis tres amigos que se encontraban en la pista de baile también fueron fusionados, y sus rostros aparecen en el costado del amasijo con pena y dolor. No podía soportar más esa visión, así que cogí arias botellas y se las arrojé a la criatura, y cuando estuvo bien empapada, le lancé el mechero que me había regalado un amigo y que un mago no supo que era mío.

 La criatura, resultado de haberse fusionado a más de la mitad de los que estaban en la pista bailando, ardió sin remedio, sus gritos resonaban como mil voces al unísono. La criatura era tan gorda que no podía moverse y sólo agitaba sus enormes brazos en un intento desesperado de sofocar las llamas.


 El resto es confuso, sé que llegó la policía, los bomberos y las ambulancias. 

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