Llegaba tarde al trabajo, llegué al edificio a duras penas. Entré
en el ascensor como un rayo, pulsé para el piso treinta y nueve. Justo cuando
se iban cerrar las puertas, una chica me pidió que le aguantara las puertas
para que entrara.
-Muchas gracias, no
me apetecía nada subir cuarenta pisos andando.
La joven se puso de
espaldas a mí, mientras me decía algo sobre si es tráfico fue que la hizo
llegar tarde, yo contemplaba absorto sus cabellos rojos. Entonces dijo algo que
no comprendí y le pedí que me lo repitiera.
-Disculpa, he dicho
si me puedes bajar la cremallera del vestido.
No entendí nada de lo
que estaba pasando, dije que sí casi sin pensarlo, como algo natural como
cuando te preguntan si quieres un vaso de agua y contestas que sí.
Antes de que me diera
cuenta ya le estaba bajando la cremallera.
-Uff, gracias, hace
muchísimo calor, y este vestido es muy incómodo como para haberlo traído hoy
aquí.
Se dio la vuelta y
empezó a quitarse toda la ropa, no tenía ropa interior, y su mirada sensual
estaba clavada en mí. No quise ser mal educado y miraba para otro lado, pero
cuando le miraba a la cara, ella no dejaba de sonreír y guiñarme el ojo.
Llegamos a su piso,
se marchó como Dios la trajo al mundo mientras se despedía diciéndome: “Tenemos que repetirlo otro día.”
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