No entendía muy bien lo que había pasado aquella noche,
recuerdo el olor a comida quemada, gente que no sabía que era el gofio y un imbécil
borracho que no paraba de llamarme gordo.
La rubia, que es novia
de un chico que conoce un amigo mío, no para de arrimarse y acariciar al
susodicho amigo, ¿demasiada amistad en poco tiempo? ¿Borrachera? Sólo sé que un
tercer tío está celoso y se quiere tirar a la novia rubia de su amigo. Pero mi
colega ya tiene todas las papeletas.
No recuerdo cómo
llegué allí. La camarera me invita a su última copa, no la rechazo, mi corazón
esa noche está vacío, de algo hay que llenarlo. Un tipo, al lado mío, me
empieza a contar historias, sobre telenovelas, vírgenes paralíticas. No me
interesa, me vuelvo y a mi otro lado hay un tipo repugnante, enano y feo
vestido de negro que no para de contar historias absurdas, y de decirme que le
parezco interesante para unos relatos.
El camino fue largo,
esquivando borrachos, y comedores de carne quemada a 1 €uro, piso unos cuantos
charcos de meados hasta llegar a ese bar tan conocido situado en el centro de
la ciudad. Una vez dentro, el DJ, va descamisado, supongo que será de Madrid,
pero por sus pintas parece natural de la isla, ahora no puedo asegurarlo.
Alguien me hace
cosquillas, rezo porque sea una tía buena y me la pueda llevar a casa, pero
noto sus dedos muy anchos y fuertes, y efectivamente, no se trata de una
pibita, es un colega amante del rock que le encanta las fotos de conciertos que
hago.
Durante un par de
horas mantengo conversación con un tipo que vino en cholas porque había perdido
su zapato derecho, con esa afirmación me desmontó por completo, ya que se
supone que uno de los protocolos que han de llevarse a cabo en una invasión
alienígena, es que los extraterrestres te dejen sin el zapato izquierdo. Una
vez más, el cine nos demuestra que todo es falso.
Antes de acabar tan
surrealista noche, me encuentro con una amiga de la infancia, no la había visto
desde hace tres semanas, al saludarme me picó como siempre, produciéndome
quemaduras en mi hombro izquierdo.
Me dijo que ya tenía
unos gatitos nuevos en su casa, y que hacía tiempo que no me pasaba por allí, entonces me pidió mi número de teléfono para invitarme a comer a su casa,
ante tanta molestia que podría causarles le dije que no hacía falta darle mi número,
que ya podíamos contactar mediante el Assbook o por correo. Ella hacía caso
omiso a lo que le decía, y empezó a escribir mi nombre en su agenda. Le insistí
que no hacía falta darle mi número, entonces ella se rebotó, me dio un bofetón,
y me dijo que a mediodía había hecho rosbif con chocolate. Le pregunté qué era
un rosbif de chocolate, ella me dijo que ahora no me lo iba a decir hasta que
le diera mi número de teléfono, y se marchó indignada y con lágrimas en sus
ojos hacia su coche.
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