He de salvar pronto a mi amada Andrómeda de las terribles garras del Kraken. Para ello las
gorgonas me han dicho que para derrotarlo he de hacerme con la cabeza
de la Ainhoa, quien dice que basta una mirada de ella para convertir todo ser
viviente en piedra.
Vamos acercándonos a la isla donde habita esta criatura
espantosa. Mis compañeros y yo saltamos del bote, el ambiente es neblinoso, el
silencio reinante. Subimos por las escaleras de entrada a un gran patio. Allí
es donde les vimos y nos quedamos sorprendidos ante tal espeluznante imagen.
Cientos de estatuas decoraban tan siniestro jardín; hombres y mujeres en tan
espantosas poses de terror y agonía congelados ante la mirada de la Ainhoa.
Pero lo más extraño es que no eran figuras de piedra como nos habían advertido,
sino de un material blando, recubiertos de algo blanco esparcido en todo el
cuerpo, y además olían bien. No me atrevería a asegurarlo, pero tenía la
sensación de que todas las figuras aquí presentes no estaban petrificadas, sino
“gominolizadas”.
Nos adentramos en la guarida de la bestia. El espacio estaba
iluminado por antorchas, y las paredes pintadas de un terrible color rosa. Mis
dos acompañantes se separaron a los lados de la estancia. Nos movíamos en
silencio, atentos ante todo ruido. De pronto me parece escuchar algo, me
quedo inmóvil en una columna. Escucho con temor el grito de uno de mis
compañeros, con mi escudo, que lo utilizo como espejo, veo cómo la Ainhoa transforma a mi camarada en un trozo de
gominola gigante.
Con el escudo miro detenidamente a la Gorgona, tiene un traje gris con una
raja en la parte izquierda de su falda; de su cuello cuelga un reloj,
hipnotizante por su acabado artístico. Y el sonido que ella provoca es la de
sus tacones que resuenan por la estancia, haciendo que hasta los hombres más
bravos, se acurruquen en una esquina como plañideras.
Mi otro aliado se derrumba por el miedo, trata de huir, pero
la Ainhoa es rápida pese a sus tacones. Le da alcance y con su mirada añade
otra gominola gigante más a su colección. La risa triunfante de la criatura es
tal que es capaz de romperme los tímpanos.
Solo quedamos ella y yo. Me muevo de columna en columna para
evitar su mirada mortal mientras utilizo mi escudo como espejo. Al mismo
tiempo, escucho cómo va reptando por el cuarto, siseando, llamándome, haciendo
resonar sus tacones junto su risa demoníaca y letal. El calor se hace presente,
mi corazón se acelera, estoy de espaldas a la criatura; ella avanza
inexorablemente hacia a mí.
Entonces en un último acto de valor salgo de la
columna, hago una foto a la Ainhoa y es ella la que se queda petrificada por el
flash, momento que aprovecho para decapitarla y acabar son su reinado de convertir a todo el mundo de golosinas gigantes y salvar así a mi amada
Andrómeda del Kraken.
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