lunes, 4 de noviembre de 2013

El secador de manos




Mascaritas y disfraces monstruosos poblaban ese bar tan conocido situado en el centro de la ciudad. En el escenario estaban Cadáver Depot, junto con Sara Bang Billy, que con su música eran capaz de hacer que vampiros y licántropos bailaran juntos, y que fantasmas y marcianos tomaran copas como buenos amigos.

Cerca de los baños veo a mi amiga que va disfrazada de niña de “El Pueblo de los Malditos”, y le hago una fotografía en el reflejo del espejo. En ese momento nos llevamos un susto al ver que el secador de manos se activa solo. Llamamos a nuestros a amigos para que presencien el fenómeno de la noche. Nos hacemos una foto de grupo y todos somos testigos de cómo el secador se vuelve a activar de forma independiente.

Cuando nos damos la vuelta, uno de los camareros, un señor alto, de cabellos blancos y gafas de pasta sin cristales, nos corta el paso, sermoneándonos que tuviéramos más respeto ante esos fenómenos sin explicación. Y sin que viniera a cuento, nos relata el origen del bar, que a finales del siglo XIX, esos terrenos eran un cementerio, que debido a terribles pandemias muchos isleños morían sin remedio. Hasta que a mitad del siglo XX, un conocido terrateniente se apropió del terreno, trasladando el cementerio a las a afueras de la ciudad, y construyendo aquí este caserón, que décadas más tarde se convertiría en uno de los mejores locales de ocio nocturno. Nos contó que el terrateniente murió en extrañas circunstancias, que la versión oficial fue de suicidio, pero que en realidad cada 31 de octubre, fecha en el que murió, era visitado por los muertos de aquel cementerio. Y que posiblemente el secador de manos esté poseído ahora por el espíritu de aquel terrateniente y que su alma trate de escapar mediante las fotografías.

Miré enseguida si había pillado su espíritu en la foto. Y ese entonces cuando lo vi. Aquella imagen de un ser terrible, mostraba unas facciones de horror y de penas mortales. Después del susto inicial miré mejor la foto, y suspiré aliviado al darme cuenta que aquel ser no se trataba más que Eustakya Lepop que se había colado en la foto. Al apagar la cámara y marcharme, el secador volvió a sonar de forma espontánea, mostrándome por última vez, la magia de la noche de Halloween.

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