Ilustración: Felipe de la Cruz
Me costaba abrir los ojos, sentí dolor por todo mi cuerpo. Y
una voz, cálida, suave, no dejaba de repetirme que era mi fan número uno. Giré
mi cabeza como pude, y a mi lado, una señorita con una cara de preocupación
seguida de una sonrisa cuando logro verla mejor, me vuelve a decir que es mi
fan número uno.
No logro entender a
qué se refiere, así que miro a mi alrededor. No estoy en un hospital, por la
decoración me doy cuenta de que posiblemente esté en la casa de esta mujer. La
luz entra muy fuerte por las ventanas, el olor dulce del ambiente me recuerda a
las galletas que hacía mi tía cuando la visitábamos. Intento incorporarme,
error, mis piernas me duelen tanto que creo que voy a desmayar.
-Por favor, no te
muevas.
-¿Qué me ha pasado?
-Tuviste un
accidente de coche-. Me recuesta y me sube la manta-. Tuviste suerte que yo
estuviera cerca, siguiéndote.
No sé si quise
entender bien lo último que dijo, pero en aquel momento mi cabeza daba vueltas
mientras pensaba en mi mujer. Ana estaría como loca por saber dónde estaba.
-Mi nombre es Nhoa,
y soy tu fan número uno. Sigo todos y cada uno de tus trabajos.
Su sonrisa se ensanchaba cada vez más, daba la impresión de
que si sonreía un poco más se cortaría ella misma la cabeza.
-Me encantan tus
ilustraciones, tus trazos, los colores, y las gracias que haces…son todo un
arte.
-Esto…gracias, no sé
que decir…
Nhoa se acercó a mi carpeta, creí que lo había perdido.
-¿Puedo verlo?,
seguro que es lo último que has dibujado-. Puso sobre su pecho la carpeta y
claramente se la veía temblar de la emoción.
-Por supuesto, me
has salvado la vida. Es lo menos que puedo hacer.
Saltaba y cantaba de alegría, estaba muy ilusionada y no
dejaba de darme las gracias. Se marchó cerrando la puerta dejándome a solas con
mi dolor.
Un ruido me despertó,
creo que llevo horas durmiendo porque apenas veo nada en la habitación y afuera
la luna me acaricia mi magullado rostro. Mi vista se dirige al punto de origen
del ruido, y allí, en el umbral de la puerta veo a Nhoa respirando fuertemente,
colérica por algún motivo. Diría que sus ojos se han vuelto rojos de la rabia.
-¡Túuuu, cerdo
asqueroso! ¿Cómo te has atrevido? No puedes dibujar en digital. ¡Tú no deberías
dibujar en digital!
-Nhoa por favor, comprende
que ahora todos los ilustradores dibujamos en digital, son otros tiempos. Lo
importante es el espíritu.
-¡NO QUIERO EL
ESPÍRITU, QUIERO QUE DIBUJES A MANO!- Mientras gritaba sacudía la cama
ocasionándome fuertes dolores en las piernas. El dolor era insoportable, nunca
imaginé cuanto dolor puede acumular una persona.
-¡NO QUIERO QUE
CAMBIES TU ESTILO, TÚ TE ESTÁS MATANDO!- Acto seguido cogió la silla y lo alzó
por encima de su cabeza con intención de golpearme. Intenté protegerme y
asustado solo podía decir que lo sentía. Cerré los ojos cuando vi que ella iba
a asestarme el golpe final; oí cómo la silla se rompía en pedazos contra la
pared. Nhoa jadeaba y me seguía mirando furiosa.
-Creí que eras buena
persona, pero eres igual de sucio que el resto. Si te habías hecho ilusiones
con respecto a mí, olvídate-. Nhoa se dirigió a la puerta, en el umbral me daba
la espalda, cuando se giró hacia mí me dijo-: No creas que vendrá alguien a por
ti, nadie sabe que estás aquí. No he llamado ni al hospital, ni a tu familia. Y
reza para que no me pase nada…porque si yo muero, morirás tú.
Cerró la puerta tras
de sí, y pude respirar aliviado cuando por la ventana vi que se marchaba en su
coche adentrándose en la fría oscuridad.
De alguna manera
pude coger el sueño, y solo tuve pesadillas. Pesadillas en las que Nhoa me
vestía de mujer, como si yo fuera una muñeca ella hacía conmigo lo que quería.
Tomábamos el té juntas, nos montábamos en preciosos ponis de colores. E íbamos
de tiendas a por ropa nueva, mientras yo lo observaba todo sin poder controlar
mi cuerpo. Gritaba una y otra vez que me dejara, pero ella sonreía más, y más.
Parecía estar disfrutando a cada segundo de mi dolor. Y lo único que podía
hacer era llorar en mi interior.
Un sonido agradable
me despertó, al principio no sabía qué era, pero al final pude reconocer que
estaba escuchando la Sonata Claro
de luna de Beethoven. Al abrir completamente los ojos vi a Nhoa a mi lado,
tenía un rostro como si se estuviera compadeciéndose de mí.
-Ahora me doy cuenta
de por qué he sido elegida para salvarte. Anoche lo vi claro, me di cuenta de
que necesitas más tiempo. Llegarás a aceptar la idea de que te quedarás aquí
para siempre… ¿Has oído lo que le solían hacer a los esclavos cuando trataban
de escaparse? No te asustes, no los mataban, si los cogían tenían que
asegurarse de que pudieran volver a trabajar, pero también de que no volverían
a escaparse-. Su voz era cálida, pero bajo esa calidez, yo empezaba a ponerme
nervioso, mi estómago me revolvía y en mi corazón sentía una punzada que no me
podía quitar. Nhoa me colocó un tablón entre mis pies.
-Nhoa, por favor, no
sé qué piensas hacer…pero te suplico que no lo hagas.
Ella alzó un enorme
martillo y se colocó a un lado de la cama.
-Tsss,
tranquilízate, confía en mí.
-¡No por favor….!-
Nhoa me golpeó el tobillo de mi pierna izquierda, rompiéndome los huesos y
haciendo que mi pie se convirtiera en una masa deforme. Aullé de dolor, todo se
me hacía interminable.
-Ya está casi listo,
solo uno más-. Nhoa fue a por mi otra pierna y repitió la operación. Volví a
gritar mientras me inundaba en mis propias lágrimas.
-Te quiero tanto….
Eso fue lo que oí al
tiempo que me moría del dolor. Y entre espasmos y a punto de desmayarme le
dije-: Lo…Loca de…Loca de los huevos.