Me dirigía al asadero que habían organizado los colegas, llego al nuevo edificio donde está viviendo ahora nuestro anfitrión, subo al ascensor y pulso el botón del último piso, donde dijo que vivía. Toco en el timbre y me recibe una chica muy guapa. Me saluda y me invita a pasar, por el pasillo pienso cuando ese don Juan de mi amigo se ha podido pillar a una pivona como esa y mis pensamientos son interrumpidos cuando me invita a sentarme en el sofá del salón. Veo que aún no hay nadie, ni mi amigo, así que supuse que fueron a comprar algo de última hora. La chica me trae algo de beber y sin darme cuenta ella y yo hablamos como si fuéramos amigos de toda la vida. Miro el reloj y veo que ha pasado hora y media desde que llegué, y le pregunto cuando vendrán los chicos. Ella me mira desconcertada y me dice que unos chicos iban a hacer una fiesta en el piso de abajo, que tal vez eran ellos a los que yo me refería. Avergonzado por mi error me levanto y me disculpo, recojo mis cosas cuando ella me pregunta si de verdad prefiero la fiesta que a ella, le digo que preferiría estar con ella hablando hasta el alba pero que no me quedaba otra, que la fiesta es la despedida de un amigo, y que tal vez no vuelva a ver en tiempo. Entonces con semblante triste me da un beso en la mejilla y yo le digo que volveré, y que podríamos estar juntos.
Llego a la fiesta, todos no divertimos, bueno, casi todos. Yo más bien estaba absorto en ella, y más por esa expresión al despedirme.
Al día siguiente me levanto al mediodía, y voy a casa de ella con intención de ir a invitarla a comer. Llego al ascensor, le doy al último piso, y cuando llego a la puerta, noto algo extraño, veo la “pota” de la noche anterior que había hecho nuestro anfitrión, entonces vuelvo al ascensor para ir al último piso, pero no hay tal botón, ya estoy en el último piso. Voy por las escaleras, pero éstas conducen a la azotea, no me lo explico. Con un escalofrío recorriéndome la espalda me marcho a toda prisa.
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